Pensar la
idoneidad del sistema en el que vivimos no es osado, estupidez de prepotente o
delirio de filósofo barato.
Se nos
quiere hacer creer que imponer un proceso de identificación que normalice, por
fin, esta fuerza incontrolable e imprevisible es tarea imposible.
Y, no,
amiguitos, no es así... ¡Reflexionar sobre el devenir sacro de la salud del
reacomodo real de la maltrecha democracia occidental es nuestra obligación
cívica!
Si no, nos
abandonamos en un estercolero y renunciamos al estatus de ciudadanos.