Nótese lo risueño del viejo ante el espectáculo denigrante del ave -en tanga- sufriendo un bochorno tras otro[1].
Es un placer poder enriquecer la interpretación de Mr. M. señalando un contenido similar en otra de las cantinelas de esta agrupación a la que venimos dedicando el especial del mes. La tenía escrita de antemano, pero creo que ha sido un acierto publicarlas en este orden porque sirve para enriquecer una tesis “fuerte” que merece el lugar de tesis principal, de la que esta desgaja matices. La Gallina Turuleca (ingeniosa adaptación por los Payasos de la Tele de A Galinha Magricela del brasileño Edgard Poças) apareció en el lanzamiento de la estelar “Mi barba tiene tres pelos”, perfecta ilustración del orgullo macho ante la cual la femenina gallina que hace de contrapeso del LP no puede sino quedar relegada a la cara B, a la categoría de tema de relleno cuyo neurótico y lastimoso personaje está lejos de la capilaridad trinitaria del prohombre que la precede.
Sin pretender enfangarnos en el cenagal infinito de los juicios de intenciones, nuestra exégesis se centrará únicamente en la realidad escondida tras los versículos. Nada de esto tiene que ver, por supuesto, con mi posición con respecto al feminismo o la utilidad o inutilidad de las mujeres. Tampoco está en lo más mínimo relacionado con ningún temor a que las féminas que me rodean puedan replicar con mis propias palabras a mis propios actos ¡para ello habría bastado con quitar un par de bozales! Es simplemente que la canción se puede comprender tanto a la reversa como a la anversa y, si no olvidamos al colectivo LGTB, a la inversa. Lo único que se puede remarcar sin adentrarse en peligrosas arenas movedizas conceptuales es que los fenómenos a los que se refiere existen… y con eso quedo más que satisfecho.
Yo conozco a una vecina
Que ha comprado una gallina
La relación de posesión entre la vecina y su gallina es una analogía de otra relación de jerarquización superior: la que esa vecina entabla con el hombre al que está ligada de por vida mediante la institución del matrimonio. En efecto, lo que se extrae de aquí es la idea de posesión, una posesión que depreda a la vecina, objeto de su marido, hasta tal punto que sólo puede desquitarse de su miserable condición comprando a una mascota (la gallina) que le pertenezca plenamente, en la que poder descargar la férrea dominación y el trato denigrante que se abaten sobre ella, perpetuando en nuevos ciclos la espiral de violencia. Las razones para justificar este movimiento serán detalladas más adelante, pero adelantaremos una, quizás la más evidente: lo inverosímil de que el narrador masculino que nos cuenta la vida de esa vecina a la que parece espiar con frecuencia (luego incluso hablará de las diferentes habitaciones de su casa y del uso que les da) tenga un interés real en la gallina. A su esposa (o su madre en su defecto) con esas excusas cuando le pille con los prismáticos.
Que parece una sardina enlatada
Referencia al encanto que la literatura occidental ha atribuido desde siempre a las sirenas, esos seres de agraciado busto de fémina y cola de pez. Sin embargo, como todos sabemos, las mujeres de carne y hueso deben someter a su cuerpo a una infinidad de tratamientos vejatorios y restregarlo en mil y un potingues y artificios para seguir los dictámenes que marca el modelo de belleza “oficial”. De ahí lo de “sardina enlatada”, pues nunca, por muchos métodos retorcidos y artimañas antinaturales que se utilicen, se conseguirá más que una hermosura de plástico, prefabricada, desligada de la belleza real de los árboles, el mar y el vello púbico.
Tiene las patas de alambre
Porque pasa mucho hambre
Escueta pero magistral definición del ideal de belleza de nuestro tiempo, al que nos referíamos en el párrafo anterior. Sobran los comentarios.
Y la pobre está todita desplumada
Otra frase que no necesita mucho análisis. En efecto, esa clase de mujeres que estiran y alteran su fisionomía para acercarse a un modelo de beldad irrealizable lo hacen por razones muy concretas: el éxito reproductivo, que está marcado por los cánones de la sociedad en la que se encuentren. En nuestro caso el exponerse, a costa del propio disfrute o de la dignidad, a la lujuria desenfrenada de los especímenes masculinos. No sólo se refiere a la aberrante práctica de la depilación y a cómo ha sido “desplumada” emocionalmente por los hombres con los que se ha encontrado (y probablemente también en lo económico), sino a cómo su desflorado sexo, otrora casto y virginal, se había convertido tal vez, desde antes de encontrar marido, en objeto de frecuentes escenas de desnudo (desplume) que le conferirían el honor de ser la línea de metro más utilizada del pueblo.
Pone huevos en la sala
Y también en la cocina
Pero nunca los pone en el corral
Enumeración de los lugares donde se desarrolla su actual vida de casada: el destinado a la transformación de los alimentos para hacerlos aptos para el consumo y el escenario de las arduas labores de costura y ocasional lectura escapista de best-sellers sin calado literario alguno. El corral, en este sentido, se refiere no sólo al patio, sino a lo que está más allá, al mundo exterior al cual nuestra protagonista sólo tiene permiso y motivación para dirigirse si es para efectuar compras de útiles y sobre todo de inútiles, los cuales producen una suerte de catarsis que alivia superficialmente la opresión a la que se ve sometida dentro del hogar. El punto álgido de esta espiral de compras insaciable ha sido la adquisición de esa gallina que será su única amistad a partir de ahora… o al menos la única cuya relación tendrá el visto bueno de su marido.
La gallina Turuleca
Es un caso singular
No sólo es un caso perdido, sino que esta inviduación a la que se apunta ahora lo que pretende es sugerir el trato que en el pueblo recibe la pobre chica, las veces que se la señala con el dedo cuando pasea sus modelitos por la calle, los comentarios machistas sobre su caso que se susurran a sus espaldas, los toscos silbidos: en definitiva, la comparación impertinente con las mujeres que venden su cuerpo, comparación tácitamente aceptada por ambas partes.
La gallina Turuleca
Está loca de verdad
En efecto, una tensión tan intensa como la que tiene que sufrir nuestra protagonista sólo puede tener una vía de escape: la neurosis. No sólo la compra compulsiva que ya hemos referido, sino probablemente toda suerte de estados patológicos que irán desde las cimas de la manía hasta las simas de la depresión. Los comportamientos resultantes provocarán a veces situaciones conflictivas en la vida del hogar, pero nada que no se pueda arreglar con una buena descarga de brutalidad física por parte del macho dominante, lo cual interrumpirá temporalmente el síntoma pero, a largo plazo, no conseguirá sino agravar el círculo vicioso de la enfermedad.
Llegados a este punto debemos de hacernos, al fin, la gran pregunta. ¿Cuál es la verdadera función de nuestra protagonista? ¿Con qué objetivo, consciente o no, pasa por toda esta serie de vejaciones diseñadas para los individuos de su sexo en todas las esferas del orden social y económico? ¿Qué utilidad tiene? ¿Qué aporta, tanto a la sociedad en su conjunto como en el seno particular de su infeliz matrimonio?
La respuesta es clara e inequívoca:
La Gallina Turuleca
ha puesto un huevo, ha puesto dos, ha puesto tres.
La Gallina Turuleca
ha puesto cuatro, ha puesto cinco, ha puesto seis.
La Gallina Turuleca
ha puesto siete, ha puesto ocho, ha puesto nueve.
Donde está esa gallinita,
déjala a la pobrecita, déjala que ponga diez.
La procreación, amigos amigo@s. El embarazo continuo, el parto rutinario, la fecundación descontrolada, cuyo único límite es el límite de fatiga de la libido del inseminador. Además, es más que probable que en el corpus ideológico reaccionario del que son víctimas los personajes figuren ciertos credos cuyos dogmas de fe incluyen la estigmatización de los métodos anticonceptivos.
Nuestra “gallina” ponedora está convencida desde su más tierna infancia de que la realización personal más elevada que le está deparada es la maternidad, la prolongación biológica de sus genes y, en el caso de su descendencia femenina, de su triste sino. Así pues, no asombra que ella misma sea la que quiera someterse a nuevos yugos y aspire a un décimo retoño al que dedicar el escasísimo tiempo para ella que ya le resta. En todo caso, debido a la desatención paterna en la educación de la prole, es poco probable que su cónyuge tenga mucho que oponer a otro buen polvo aunque, perpetuando sus fantasías de dominación, se haga de rogar (“déjala, déjala que ponga diez”, dice el narrador sosteniendo los prismáticos con una mano).
Otra posibilidad es que sea el ejemplar masculino el que abiertamente instigue la consecución de un nuevo vástago. Quizás los nueve anteriores resultaron, desgraciadamente, del mismo género que su madre, y él no se dé por rendido hasta que no consiga su heredero masculino, con el que poder mantener el correspondiente compadreo y al que poder iniciar personalmente en el arte del maltrato hacia el resto de los integrantes de la unidad familiar. Podemos imaginar una escena en la que el macho pasee por la casa desnudo de cintura para abajo, con el órgano símbolo de su dominación mirando al cielo, entrando en las habitaciones y gritando a pleno pulmón“¿dónde está esa gallinita?”, mientras la desgastada madre, escondida en un armario, amparada por su propio ajuar, tiembla y solloza.
Hemos de dedicar un breve espacio para finalizar a la elección del nombre de la metafórica Gallina de la canción. Dicho nombre es algo muy polémico, pues todos creemos saber que se trata de “Turuleta” en base a nuestros recuerdos de infancia para luego, cuando redescubrimos estas joyas en la adultez, caérsenos el alma a los pies cuando comprobamos que lo oficialmente inscrito (y lo que suelen ellos cantar, pero con esas vocecillas vaya usted a saber) es “Turuleca”. Independientemente de este candente tema de controversia, al principio parece difícil , a menos que sean todo siglas y excluyendo la gratuita eventualidad de que sea un juego de palabras con "turulato" o una denuncia de su situación "truculenta", pensar que se trata de algo más que de una rimbombancia cualquiera de esas que supuestamente hacen de los críos un río de risotadas. Sin embargo, tras unas cuantas horas de inspección cuidadosa, creemos haber dado con la clave.
Turuleca, creemos, se compone de tres palabras. Tú, rule y ca. Tú es, obviamente, el pronombre personal de la segunda persona del singular. Rule es una palabra proveniente del idioma inglés (no hemos de olvidar su preponderancia en las sucesivas waves de feminismo y, por tanto, en muchos neologismos, tecnicismos y esnobismos). Viene a significar “reinar” o “gobernar”. ¿Y “ca”? ¿Acaso hay algo menos igualitario que esa arcaica y castiza interjección de incredulidad o asombro? Por otro lado, hay que reconocer que el sentido enlaza bien con la ideología que abandera el sentido global: “Tú rule, ca”. Sería una muestra de desdén por el patriarcado, un “sí, hombre” en toda regla, pero ¿puede salir esa dichosa interjección de otra boca que de la de un viejete pueblerino y machista? (El mismo que diría “Tú rule ca" siendo "ca" la abreviatura popular de "casa" registrada en Lebrija y algunos puntos de la provincia de Cádiz, en el sentido de “Tú manda an ca(sa) nojotro, ¡pero como ti vea levantamme la vó en público te viaponé lah tetah de bufanda!”)
Por ello creemos que es mucho más consecuente pensar que la C. y A. son veladas siglas, y sustituyen a las iniciales (nombre y apellido paterno) de alguna feminista histórica, seguramente de nuestro país. Así, llegamos a la conclusión de que:
¡Tú rule, Concepción Arenal!
Aunque, como nada está escrito, se puede sustituir el nombre por otro que parezca más adecuado (Celia Amorós, Carolina b. Ângelo, Carol j. Adams, Catharina Ahlgren… ¡Cornelius Agrippa!)
Hemos desvelado, pues, otro himno sobre la liberación del sexo unánimemente admitido como débil. Si la intención era defender esa liberación, o simplemente analizarla, recochinearse o advertir sobre ella, es algo dudoso, pues no olvidemos que proviene de pérfidos HOMBRES. Y este último dato es el que faltaba para caracterizar la cruda situación social a la que hace referencia: si hubieran sido señoritas las que cantaran esto a las niñas y los niños, nadie les habría hecho caso. Aunque la canción brille con luz propia en los planos lírico y armónico, ningún infante hubiera querido probar sus cualidades desafinatorias con sus versos.
Un poco más tarde, las hembras tuvieron al fin la oportunidad de hacerlo, y para colmo en un plató de televisión, pero en lugar de seguir esta tradición de encantadores juegos de palabras, acertadas reflexiones, elegantes metáforas, hicieron vomitar a todo el país con el “Me gusta ser una zorra” de las Vulpes… Yo, que quieren que les diga, me quedo con el bueno de Miliki… y los suyos.
[1] No obstante, este es mucho más ilustrativo Pues, aunque aquí se haya suprimido el narrador masculino, esto no implica que la gallina pueda al fin disfrutar de su soledad. Obsérvese arriba del todo cómo desde una ventanita arriba a la derecha un macho -con pinta de Latin King, para más inri- observa desde lo alto cada uno de sus movimientos...
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