domingo, 31 de marzo de 2013

La flauta de Pan....Resurrection: Las perlas de un año cerdo - Lo mejor de 2012



La razón de que vengamos cargados de tantos regalitos para los niños buenos, aunque también hay carbón a puntapala para los cabrones, es que vamos a hacer lo que los ingleses llaman un poll, destinado a la desinteresada recomendación de algunos de los ejemplares discográficos gestados este año que expira, pero que de seguro resurge rebosando mejor música que nunca… de ahí lo de resurrection. Decía poll porque estaría sumamente agradecido que las innúmeras hordas de espectadores pudieran compartir con nosotros sus predilecciones, recomendaciones, obsesiones y perversiones ocultas sobre el tema en debate, y podamos todos en nuestra totalidad conocer los tesoros que conocemos todos en nuestra individualidad, y quizás confeccionar luego una lista más completa, definitiva, llena de firmas, y luego quizás llevarla al Congreso.

No es mi intención contribuir a publicitar las mediocridades de nuestro tiempo en detrimento del desvelamiento de recónditas glorias de ayer, pero dado que el precepto principal del oyente que prima entre los queridos lectores bien puede ser el de no escuchar la voz de los muertos creo que el diálogo musical se puede establecer mejor en esta dirección. De todos modos, esto es lo que sonaba aquí hasta hace unos minutos…

La mía será sólo una serie de trazos improvisados y nerviosos, que no deben de tomarse nada en serio, y nada por supuesto de lo que los angloparlantes, nuevamente ellos, llaman un top. No vamos a elaborar canon, ya que mi interés por la música de mis contemporáneos no es suficiente como para estar en condiciones de sentar doctrina. De hacerlo, por cierto, el orden, la selección, el comentario, todo  sería caprichoso.

No obstante, por motivos literatos y de estilística, ¡pasemos al número cinco de nuestro top 5!,



Animal Collective- Centipede hz




¿Siente usted curiosidad por la música que recién se ha producido, pero no encuentra medios que filtren bien esta, por ser demasiado reciente?¿Que ha visto en encuestas de internet que hay material con una pinta bien jugosa bajo nombres tales como Lana del Rey, Actress o Frank Ocean? ¿Nas, Lamar, Killer Mike? ¡No! No haga caso a las voces, venga de mi mano.

No le ocultaré desde el principio, cartas sobre la mesa, que el baremo general de este año, por lo que yo he conocido, es bastante inferior al del año pasado, lo cual viene a confirmar la asfixiante espiral descendente de degradación técnica, repetición mecánica y podredumbre inspirativa en la que estamos sumidos desde hace ya un tiempecillo. Al menos el año anterior, lejos de ser mi predilecto, tenía un número de lanzamientos con un buen par de cojones.

Los Animal Collective, a cuyo notable Merryweather Post Pavilion dediqué ya una entrada en la cobarde web de mis amigos (sin por ello insinuar que estén en mi panteón particular), se han pasado esta vez de cojones precisamente, y por ello creo que merecen la recomendación, aunque con las prisas se les ha caído por el camino algo que los hacía grandes: la melodía. Con tanto rollo que se traen con el jugueteo con cacharros y megahercios han optado por un sonido denso e impenetrable, muy modernillo él, y un refuerzo de la estética de videojuego pop que tan bien les sienta (como prueba el videoclip de la por lo demás odiosa Today’s Supernatural)

Rara vez se encontrará un momento mejor que los peores de su obra cumbre, tan cerca y tan lejos que suspiraría Wenders, pero no todo son críticas (vale, en el fondo sí, es lo que estamos haciendo, mal que bien), y hay momentos disfrutables (Moonjock, Applesauce, Mercury Man) y creo que pese a todo merece la escucha aunque sólo sea por su singularidad radiofónica.

Vale, si lo hemos escogido es a falta de algo mejor y por no comernos el coquito… ¡pero hay muchas otras cosas ahí fuera! Es decir, es algo.

Por comentar un poco otros casos notables de retornos poco agraciados para los retornantes tenemos por ejemplo a Cradle of Filth, que han pasado de show monstruoso a un monstruoso show y firman en The Manticore and other Horrors un buen ejemplo de la debacle de sus últimos (casi) diez años. Kamelot quedan un poco mejor ante el mundo con Silverthorn, en el que se acusa, además del cambio de vocalista, ya poco de la lejana inspiración de principios de siglo.

No obstante, no todo está tan duro en el mundo del rock duro. Un favorito personal son los germanos Rage, que con "21" expelen su vigesimoprimer álbum. No hay en él nada, absolutamente nada, que pueda considerarse una composición inspirada como lo estaban las de sus años locos de esquizofrenia de speed metal y orquesta, pero su ya clásico ruido de power-trío, cortesía de las guitarras de Victor Smolski y el gruñido de un tal Wagner, le hace a uno recordar buenos momentos, cosas suyas. Pegada siguen teniendo, y de ellos nunca se puede declarar el fallecimiento, ya que son de los que cada pocos años sorprenden con una crecida inesperada del caudal de sus ambiciones, aunque sea para el ridículo más grande (la última siendo de 2006, relativamente reciente). Tres cuartos de lo mismo creo que podría afirmar del Enslaved de Soulfly, pero como no me considero suficientemente letrado en su discografía prefiero no aventurarme tan lejos.

Al menos esta clase de formaciones que hemos citado se aproximan al ratio de LP por año. Y, aunque a veces parezca mejor sentar a las bandas a reflexionar un tiempo sobre lo que han hecho, puede en el fondo ser una loable pretensión de mantener la forma, la cual no abunda en muchos grupos actuales, véanse los propios Animal Collective. Es de análisis lo habitual que se vuelve hoy el distanciamiento temporal de los lanzamientos, y despierta interrogantes como ¿se deberá a un interés escaso en la música? ¿la necesidad improbable de elaborar en detalle el material? ¿leyes secretas de las discográficas? Y, sobre todo, ¿qué no hacía un tipo como Dylan en tres años?

Vamos allá con otro ejemplo de larga espera de la que quizás salimos un poco mejor parados.




Muse-The 2nd Law






En aquella famosa primera entrada dedicada a Animal Collective mencionábamos también a estos como artífices de otra de las escasas delicias de 2009, y vaya si no nos han hecho esperar mientras preparaban su jaque mate. No obstante, adentrándonos un poco en The Resistance, su movimiento precedente, lo que considerábamos menos digno de nuestros oídos era la pomposidad orquestal y el surtido variado de plagios a Chopin y otros, que si bien contenían buenos momentos no podía impedir que nuestros pabellones auditivos se arrastraran inevitablemente hacia la sarta de canciones poperas y facilonas. Lo que en nuestros sueños más delirantes se cocía era la idea de que consiguieran aunar las dos tendencias en una síntesis maestra, y salvar con ello un poco a nuestro tiempo.

Se puede considerar que no ha sido así, y que se ha hecho hincapié en la primera de las caras de la moneda, la del rock clasicón y rancio, que aun así mantiene un mínimo nivel pese a haberse manchado hasta los codos de concesiones a la comercialidad. Con todo, nos parecen excesivas las imputaciones de plagio de “I want to Break Free” de Queen con las que se acusa al flojo single, Madness, y en general toda la plétora de denuncias que se han ido acumulando sobre la totalidad del álbum y que van de David Bowie a George Michael. Eso no quita que nos hayamos percatado de todas ellas, pero quien ha interpretado alguna vez más de veinte canciones sabe que el único plagio que se puede denunciar en el ámbito del pop comercial es el fuertemente inintencionado (como el del affaire George Harrison) no el de las reminiscencias a sacrosantas reliquias que en su época en el fondo ya remitían a otras, y estas a otras muchas, y así. Es el precio que hay que pagar por  no escuchar mierda como hacemos los pringaos.

Sí es un poco más condenable el autoplagio, que no está nada ausente, y no está ausente muy especialmente en ocasiones como Survival, el otro sencillo -aún peor-, pero hay que ser clemente con sus bolsillos al entender que no valía arriesgarse lo más mínimo con lo que iba a tener el dudoso honor de devenir la canción oficial de los Juegos Olímpicos de Londres. En general es aceptable, sin más, pero suele caer en el tedio con una frecuencia indeseable. Nos quedamos con frivolidades ochenteras como Panic Station, la infantil Explorers y la sorpresa que yace a su término, pues no han abandonado aún la idea de consagrar los últimos momentos a algo un pelín excéntrico y en las dos canciones que llevan The Second Law como titular se entremezcla un barullo incomprensible de violines de espionaje, voces robotizadas, narraciones impredecibles y dubstep (sí, dubstep). No hace justicia, sin embargo, a las declaraciones de su líder Matt Bellamy, que, cegado cada vez más por una creciente paranoia de divo ufológico, nos puso los dientes demasiado largos a muchos cuando hablaba de su próximo álbum como “odisea jazz de rap gangsta’ cristiano, con algo de dubstep rebelde, ambient y psicodelia cowboy flamenco metal derrite-caras” (es una traducción difícil), pero es bizarro a su manera, o eso quiero pensar. Aunque a veces siento la urgencia de recriminárselo y exigirle mi dosis prometida de “odisea jazz de rap gangsta’ cristiano, con algo de dubstep rebelde, ambient y psicodelia cowboy flamenco metal derrite-caras”. Pero me tengo que conformar un poco más de lo mismo, peor.

Sea como fuere, en algunos casos las cosas han ido para bien. De Dylan, Ian Anderson o Fiona Apple conviene no esperarse demasiado, y sin embargo resultaron bastante más audibles de lo esperado a simple oída. De Cohen puede que me esperara más, pero aun así mantuvo su buen par... de temas. Mejor se mantiene en sus trece es el tito Bruce, tan joven por dentro como sencilla su propuesta. Y el summum de la energía se la otorgamos al señor Battiato, al que tuve la oportunidad de ver no hace poco reclinado en su diván sufí al son de unos sones en francoitaloespanglish que más quisieran otros a sus setenta años.

Sin embargo, podemos citar para compensar muchos más ejemplos de individuos que vuelven este año a sorprendernos…. con lo que se esperaba precisamente de ellos.

Uno de ellos es Jack White, el de los White Stripes, que ahora acomete su primer proyecto en solitario, llamado Blunderbuss, en el que, pese a mostrarse tan artificiosamente histriónico como de costumbre, deja retener un buen número de canciones de rock sin muchas pretensiones que pueden merecer la escucha, y algunas con un poco más de pretensiones que de costumbre, que no la merecen tanto. Serán, supongo, especialmente disfrutadas por los que gusten del grupo en cuestión, como a los que busquen tendencias punkarras sin por ello salirse del omnímodo marco indie también se les hará el culo pepsicola, adivino, al catar el Attack on Memory de Cloud Nothings, con algún instante adrenalínico. Fuera de los diarreicos tentáculos del Estilo que Todo Lo Toca, Earth mantienen también su rollo drone en la segunda parte de Angels of Darkness, Demons of Light, aunque hay que decir que mucho más centrados que otras veces, casi recomendable como introducción a su carácter.

Y, ¿cómo olvidar The XX? En Coexist mantienen bastante su línea,  pero no demasiado para bien, aunque eso no está impidiendo sus crecientes ventas, como sucede con tantos otros fenómenos tanto o más amigos del bostezo en nuestros días (entre los que también podemos incluir también a los laureados Japanandroids). De todos modos, hay que reconocerlo como virtud, son relativamente discretos (al menos no van con el rollo petardo de unos Django Django). Y es que mejor que no se te restrieguen.

Pero para hablar con propiedad sobre el aburrimiento vayan colocando las palmas de las manos sobre sus bocas, porque aquí llegan los reyes.



Beach House- Bloom





En nuestro tercer puesto tenemos una pieza perteneciente a un género realmente peliagudo: el dream pop. Esto es, pop muy pop, monocromo, etéreo, de voces flotantes, etiqueta que  vez que es aplicada hoy día lo es sobre un caso claro de desmoronamiento a golpe de coñazo de la maravilla arcana que pudiera otrora existir en el Ethereal Wave más misterioso o en algunos casos contados de Shoegaze.

No obstante, imagínese por un momento en la coyuntura de tener que compartir escenario, ensayos, sesiones de composición con su pareja. ¿Se dedicaría a tratar de superarla egoicamente mediante la cuidadosa elaboración de gargantuescos mamotretos operísticos o preferiría berrear todo lo que no se atreve a decirle con palabras, gracias a la adopción de un trasfondo grindcore? ¿No preferiría más bien musiquilla tranquila que refleje el estado amoroso de su dulce alma?

En Bloom se formula una química conseguida, y el dúo de Baltimore consigue presentar un conjunto de buenas melodías y de momentos memorables pese a la languidez del contexto musical en el que nadan. Esto es, muchas de las canciones merecen la pena, pero en pequeñas dosis, una a una. Me ha resultado imposible escuchar el disco con placer sostenido durante toda su duración, para más precisiones. No entraré pues a valorar las virtudes de su textura y caligrafía sonora, aunque la producción me complace si es a cuentagotas, sino que destaco mejor el nivel más elemental de composición en algunos temas como Lazuli o Troublemaker, que manifiestan una sintaxis limpia pero precisa cual Hemingway (y Dios me libre de comparar). No es nada de otro mundo, pero sin duda resulta más amistoso que aquello a lo que nos tienen acostumbrado otros productos que se suelen meter tontamente en el mismo saco, léase por ejemplo Sigur Rós, cuyo vástago de 2012 he pasado olímpicamente de testear.

Ah, y resulta que ellos dicen no ser pareja, sino sólo amigos, casi hermanos. La tierna candidez de los niñitos de la era indie…
….que contrasta fuertemente con el monstruo de nuestro segundo puesto.





The Swans- The Seer



Aquí viene el gordo más gordo del año, qué casualidad, vaya hombre, que lo firme un grupo de lo más veterano, que lleva coleando desde el mismo 1982. Oficialmente calificados de postpunk, aunque se han añadido también etiquetas necias y best-seller como la de pos-rock, parece que la clave consiste en colocarle el prefijo “pos” ante los movimientos que van viendo nacer y alejándose cual naves en horizonte egeo. Una especie de ¡chicos, se os pasa el arroz! Aunque no olvidemos que post(erior al)punk es todo hoy día: también lo somos yo y mi primo.
Pero no nos confundamos, pues el arroz quemado puede pasar por un arroz negro de aúpa, y en negrura van sobrados. Si tenemos en justa cuenta las sucesivas aperturas-del-campo-de-fenomenalidad-pop que el avant-garde ha ido tallando, sin duda The Seer se podría calificar como tal de una manera más holística de lo acostumbrado. Esta vez están en lo cierto las numerosas voces que hoy en día llaman “experimental” a lo que se denomina en argot más técnico “virguerías de producción”.

No hay canciones bonitas stricto sensu, hay un tejido anímico general que deja incompleto el valor tonal intrínseco a cada parte. ¿Qué cojones acabo de escribir? Démonos un poco al ejemplo, que tampoco es fácil: unas veces los coros llaman a cumbres de Magma, otras el rollo motel de carrera perturbado nos trae a la cabeza lo último del Lynch compositor. En fin, un poco lo que nos da la gana. Incluso, si nos da por ahí, podemos ver semejanzas con otro disco de este año, el Allelujah! Don’t Bend! Ascend! De Goodspeed You! Black Emperor, en tanto que ambos son gafapasteados como pos-rock y se sirven de algunas disonancias de forma similar. Fueraparte todo ello, es un retoño muy propio el que han parido. Su líder, el dandi Michael Gira, repite incansablemente en las entrevistas, aprovechando tal vez el tirón  de una carrera tan extensa, que es el resumen de una larga experiencia de aprendizaje, quizás basándose en que un orfebre de melodías a la clásica no ahonda, por el bien de su pellejo, en desarrollos como el abuso de la noción de quinta disminuida en la canción que da título al disco. Herramientas proscritas en el Medioevo, sobreexplotadas consecuentemente por cualquier intento de sonar malote desde los años sesenta, ahora expuestas en un contexto que lo extrae de la habitual articulación, de los ropajes en los que se intercalaba, y lo pone a bailar consigo mismo durante un largo rato, no despojando el gesto musical sino sobrecogiendo en la desnudez.

Esta pieza de media hora impresiona desde el mismo momento en que empieza, con una orquesta de gaitas demoníacas (entre otros instrumentos no menos demoníacos). En general la obra se escinde entre la disonancia, como la escalofriante 93 Ave. B Blues o la ya mencionada The Seer, y lo gloriosamente repetitivo y monótono, en donde se pierden la mayoría de líneas, vocales e instrumentales, y que lo vuelve firme candidato a una hipotética historia del rock pánico en la que enlazaría justamente con algunas de las concreciones más amorfas del underground setentero. Con respecto al diálogo con la tradición, baste decir que si hay algún tipo de futuro noble para el cadáver violentado de la música popular esto no aporta tanto en cuanto resultado como en tanto que liberación de nociones, desdibujamiento de estructuras, lluvia parpadeante.

Por otro lado, es cierto que lo he disfrutado mucho más en las primeras escuchas que en las últimas, aunque a un volumen suficiente (cosa que rara vez me es permitida) mantiene su potensia. Consejo, pues: a toda hostia, si tienen esa suerte.

Quizás sea por eso, empero, que el que merece el número uno es un ejemplar cuyo disfrute tiende a crecer en lugar de a desaparecer bajo la prueba de fuego de las horas.



Grizzly Bear- The Shields



Hemos dejado atrás una cumbre experimental y varias estéril-mentales, que nos ha costado relegar a un segundo plano en pos de la senda del corazón y la mano izquierda, la cual nos conduce a coronar con el primer puesto al disco al que sencillamente hemos dedicado más horas. No van mucho más allá, pero abriendo un pequeño paréntesis permítaseme comentar que el año que acaba ha engendrado otros casos de individuación estilística original y reseñable, como el orgánico Swing Lo Magellan de los Dirty Projectors (agradecemos desde aquí su recomendación a la Bestia, aunque seguro que su poncho se ha agitado más que el nuestro a su son), el interesante pero enésimo trabajo de atonalidad que ejecuta en Bish Bosch el otrora maestro de la armonía Scott Walker, la curiosa intentona psicodélica/johnlennónica de Tame Impala, el raro jazz de Flying Lotus o la última mole de los progheads Flower Kings, que tiene el detalle de buscar esa cercanía, bastante perdida hoy, que abanderaba el rock clásico cuando metía a cuatro músicos a grabarse juntos ¡en una habitación! ¡al mismo tiempo! ¡Qué tiempos!

Pero, como dice mi primo José Carlos, “entre nada y poco hay mucho”, y aunque lo que intentaran los Grizzly Bear en el gran disco que se ha hecho con el podio no resulte siempre en el sonido más jugoso que se puede lograr, el paso que han dado con respecto al anterior Veckatimest es sin duda importante, como es un acontecimiento importante cada vez que un grupo abandona la imbecilidad indie y se centra un poco menos en poner caritas de aburrimiento delante de la cámara y un poco más en el muermo que está tocando.

Son agradables las influencias amnésicas de The Hunt, o las arcoírídicas de What’s Wrong, aunque esta última destila un tinte sonoro muy suyo y pasa por el mejor momento de todos. Los abundantes instrumentos sintetizados electrónicamente y la trabajada producción no atosigan tanto como está ahora de moda (triste táctica análoga en estos tiempos post-estructuralistas a la táctica argumentativa de causar impresión por medio de la verborrea), y saben mantenerse precisos y frescos al mismo tiempo, como muestra el tapiz final de Sun in Your Eyes. En el ámbito de la melodía y lo acórdico, aunque hay un par de miradas atrás que pese a todo quedan bien logradas,  tenemos Speak in Rounds o Yet Again por las más contundentes.

No figura en el reducido Olimpo de los mejores discos de todos los tiempos (IMHO) pero es uno de los mejores desde que avino el aciago siglo, y con ese honor ya tiene para rato.

….







¿Y ya está? ¿Ya se acabó todo?

Pues no. Hay un último lanzamiento que resulta un caso un poco peculiar. Para empezar, no he podido conseguir que nadie lo identifique a primera catada como algo producido en 2012. El caso es que tampoco yo he podido, aun conociendo el truco. Así que ¡prepárense para El Epílogo A Todo Esto!




Big Big Train- English Electric (part one)






Digamos que el rock progresivo no se ha mostrado con la fuerza con la que lo hizo hace exactamente cuarenta años, pese a movimientos respetables por parte de the likes of Rush, Änglagård o echolyn.  Hay un notable ejemplar en concreto cuya fuerza, propulsión u originalidad propias es aún menor que las grandes medias. La polémica está servida, y es ya cansina pese a su juventud: no es sólo el timbre vocal Gabriel-Collins (con un toque à la Gildenlöw), ni el uso de flautas o algo que parecen sospechosos Moogs, sino que es que la totalidad del conjunto suena sin complejos como restallaba en sus días el Genesis más añejo.
Si uno es capaz de soportar la comparación y las reminiscencias escondidas a tópicos como el solo de Firth of Fifth o Twin Peaks, se encuentra ante una serie de composiciones un poco difíciles (salvo dos o tres momentos abismalmente más pachangueros), pero que maduran con las sucesivas pasadas y me llevan a considerarla la obra que se hubiera quedado con el número uno de no darme tanto reparo alejarla conceptualmente de su tiempo, que no es este. Si uno además es un decadente nostálgico o piensa que el género no ha muerto y demás chifladuras, motivos de más.

Considerémosla meramente una escucha recomendada por razones ajenas a la coyuntura histórica.

E imaginemos que ahora, para finalizar, pinchamos los bonitos banjos de Uncle Jack a modo de créditos y aparece en pantalla un mensaje instando al lector a compartir sus descubrimientos, o a discutir la basura que aquí ha quedado grabada para siempre.
¡Si no los compartes, Khaled tardará menos en deleitarnos con su próximo single! (y tierras galas verán mis lágrimas)










PD: Por si alguien lo dudaba, y para evitar tediosas listas, el mejor libro internacional del año -que me haya cruzado- es Memorias de la Tierra, del sevillano Miguel Brieva, y el mejor metraje internacional, y este lo tiene más fácil, el de El mundo es nuestro, del sevillano Alfonso Sánchez. Quizás vayamos levantando cabeza, al fin y al cabo...

sábado, 30 de marzo de 2013

La marca Marx, III





Una de las reformulaciones más recientes e interesantes del marxismo que conozco (también de las más criticadas) renuncia precisamente al economicismo y se pretende singularmente política. Se trata del proyecto expuesto por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Pretenden ampliar la noción de “hegemonía” (un bloque que ampara a muchos grupos distintos bajo un mismo interés, como ya indicamos) y aplicarla a una mediación entre los grupos sociales, un constructo flotante en perpetua cesión y exigencia, sin pretender contentar a nadie del todo. Dejar de aspirar de esta forma a la identificación plena de lo que quieren los hombres con lo que sucede implica que se acepta lo inextirpable del antagonismo en la sociedad, lo indestructible de la divergencia de opiniones, modos de vida e intereses, necesariamente contingentes todos ellos. Ninguna de las opciones que se tomen debe aspirar a mantenerse para siempre. Esto desemboca en algo parecido a lo que viene en llamarse vulgarmente una democracia radical, que no excluye embarcarse en fines colectivos, indisociables por necesidad de una praxis política.

Nuestra visión de lo político suele estar tiznada por el hecho de vivir en una sociedad constitucional y un bipartidismo turnista que sólo adelanta una nueva toma de poder en caso de haber una presión única. Es difícil entender lo diferente que es nuestra poliarquía partitocrática de borrosos ideales de esta clase de proyectos que, sin embargo, suelen contener un cierto sesgo socialista. ¿Son incompatibles con la desigualdad social? Parece ser que sí, dado que la voz de cada cual debe valer lo mismo. Y si unos están subordinados al poder económico de otros, que además poseen los medios de comunicación que determinan la opinión de toda la sociedad y los empujan a despreocuparse por lo político, amén de esgrimir la posibilidad de una mejor reacción judicial a los conflictos, o lo que quiera añadirse en la cadencia de la acusación, los intereses de unos y otros no van a tener el mismo impacto. Por poner un ejemplo mundano, para que pudieran expresarse en igualdad de condiciones un empleado y su empleador debería de haber una legislación laboral que frenara la arbitrariedad en el despido que vendría al día siguiente. Para que el paciente y la farmacéutica lleguen a un acuerdo que no conduzca como vendetta a su futura desatención en caso de enfermedad debe existir la posibilidad de recurrir a una sanidad lo más neutra posible. Son ejemplos bobos, sí, pero ayudan a entender por qué se enfatiza lo público en lo que no es sino un modelo ideal. Para que se acaben de hacer una idea, relacionen este sentido de “socialismo” con el clásico “velo de la ignorancia” de Rawls, que se ejemplifica con la fábula de una sociedad justa gracias a que las decisiones que se tomaron para construirla no dependían de la posición social que los que decidieran fueran a desempeñar luego.

Laclau y Mouffe insisten en que esta faceta socialista es una de las facetas de esa democracia radical, y no al revés, y se denominan “posmarxistas”, aun anclados firmemente en la tradición marxiana, y  superadores del viejo marxismo, entre otras cosas, porque creen que una reducción de las diferencias económicas no va automáticamente ligada a una reducción de la heterogeneidad de intereses de los grupos sociales, cuya confrontación es del todo ineludible. Recordemos al viejo Marx definiendo la historia del hombre como "historia del conflicto". Si no hubiera conflicto no habría ya hombres, y entonces la Tierra estaría tan deshabitada como Corea del Norte.

Yo recomiendo la lectura de su obra principal (algo técnica, es cierto) “Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia”, para cualquiera que quiera meditar sobre estos temas, mi abordaje aquí no roza la superficie. Creo que lo que se presenta en ella se acerca bastante a esa rara especie de modelo donde se invita a aparecer a la justicia, y una de las pocas, por tanto, que cumpliría con el mencionado requisito del velo de la ignorancia, a diferencia de las nuestras. ¿Por qué ellas serán siempre injustas?

Convendrán conmigo en que es imposible responder con precisión a los intereses que hay en la sociedad en un sistema de representación delegacional del poder político, como es el nuestro (más con la abstención electoral que se produce por su propio descrédito). Con la extensión de las nuevas tecnologías, la realización de la democracia directa se podría convertir, en principio, en lo más práctico. Pero los partidos que a día de hoy detentan el poder político poseen unos intereses poco enfocados a esa línea y anuncian unos ideales muy diferentes de esta frialdad de contenidos. Siempre se habla de “valores”, de la defensa de clases, derechos o actividades consideradas las ontológicamente legitimadas.  Y, al fin y al cabo, por mucho que se nos repitan en campaña permanente conceptos como “justicia social”, “pacifismo”, “ecologismo” o “libertad negativa”, son valores tan subjetivos y vacíos como “raza aria” si no se justifican razonadamente, si sólo se sirven para calentar ánimos. También están infundados si pretenden, como pasa en estos últimos tiempos, ser la reacción a un determinado análisis económico, cual si la economía no tuviera en su base sus propio conjunto de valores que, como valores que son, rara vez se defienden más que por vagas apetencias psíquico-emocionales. En esto, hemos de reconocerlo, el marxismo era más inteligente que otros al recubrirse de su tupido velo de ciencia, fuera verdadero o falso como sociología.

Estas ideologías de las que escribo podrían considerarse “despolarizantes”, en tanto que pretenden, siendo sólo una porción del sistema, un polo enfrentado y definido, convertirlo todo a su propio contenido, sea este la imposición mental más totalitaria o la realización del sistema más liberal del mundo (que resulta en la imposición de la inferioridad económica a personas que quizás no estén de acuerdo con esa condición). Para que todas estas ideologías fueran justas en sentido estricto todos tendrían que estar de acuerdo, independientemente de dónde les tocara vivir. Es decir, no debería de haber oposición o antagonismo de intereses. ¡Vaya, volvemos a la utopía comunista!

Cualquiera de estas posiciones se cree ahistórica, sea el comunismo final y a-estatal, donde todos tendrán el cerebro lavado y se darán al prójimo como hormiguitas, como el capitalismo  ideal, también a-estatal, en el que ricos o pobres consienten y aplauden el chiringuito (en el que se sirve un planeta a la brasa). La única diferencia aparente en este sentido, como se puede fácilmente apreciar, es que capitalismo o fascismo exigen a ciertos grupos permanecer en un sitio social distinto para que el sistema funcione (tenerlos permanentemente alterizados), y el otro teóricamente tiene las puertas abiertas a que todos se conviertan a su causa totalizadora, aunque en la práctica se da la casualidad de que siempre han sido inevitables el Enemigo del Pueblo o la Sesión de Lucha.

Las partes combatientes se configuran como partes, porque no existe un rasero que pueda medir que los valores que propulsan a una u otra sean los “objetivos”,  pero creen estar destinadas a ser el todo algún día, y se obcecan en clamar que todas las otras mienten o contienen errores en su seno y hacer caso omiso a los puntos ciegos propios. He puesto ejemplos extremos para aclarar, pero lo mismo sucede con las posiciones intermedias o más moderadas (siempre y cuando si tuvieran un poder amplio actuaran de acuerdo a unas motivaciones políticas claras y no contradictorias en sí mismas).

Sin embargo, ideas como esta de una democracia radical guiada por un criterio formal parecen a primera vista un poco menos "sentimentales" en el sentido de que su contenido está abierto. Puede cobijar a las otras posiciones y sin embargo no puede ser cobijada por ellas, ya que da la impresión de que a su juicio son necesariamente injustas. Pero esta, en concreto, es una democracia socialista. ¿Están los dos términos en las antípodas lógicas? No, pues una vez se han abandonado los ideales a favor de diluir el aparato de gobernanza en los seres concretos que piden que exista un “gobierno”, sea lo que sea este, se puede concebir una sociedad cuya tensión no sea la antesala de nada, y que sea capaz de mantener cercanas las posibilidades de partida de los sujetos sin por ello aliviar las diferencias culturales, éticas y los intereses de cualquier índole. O, más bien dicho, que si mantiene una cierta igualdad de oportunidades sea en aras de la existencia de las diferencias y la posibilidad de que puedan tener eco en las decisiones. La idea no es crear un sistema en el que se cumplan unos principios caprichosos e infantiles, sino crear un sistema en el que se pueda crear un sistema en el que se cumplan, valga el retruécano. 


Pero, ¿acaso esta improvisada “reinserción” de una característica tradicionalmente cara a la izquierda no es otra forma de vendernos una elección plenamente subjetiva como la única viable? Parece posible que una sociedad así pudiera ser justa incluso en el caso extremo de que todos eligieran la desigualdad o la explotación, la cuestión (y lo problemático de su implementación, como la de cualquier idea en abstracto) es que para elegirla hay que partir indudablemente de las mayores condiciones de igualdad posibles. Y que en cuanto algunos se opongan habrá que empezar a negociar intereses. Pero el objetivo es bastante consecuente con la idea de que las formaciones históricas son sólo de tránsito, y que, para que algo se dé deben de existir las condiciones materiales de que se dé, que si las condiciones no son favorables no durará, se extinguirá rápidamente o se engendrará un monstruo.

Hay que aclarar, por un lado, que este esquema no implica que no exista un “poder” representativo para llevar a cabo lo que la política tiene de cálculo y trabajo duro, más allá de la toma de decisiones. Es algo que en su ontología no le concierne del todo. Podría figurar en el programa de un partido socialista, pero, para evitar que esos políticos se constituyan como un grupo propio que inmiscuya en su obrar como políticos su propio interés de clase (que debería quedar relegado a su voz y voto como ciudadanos pertenecientes a cualesquiera otros grupos) lo óptimo sería que ese poder estuviera sujeto a continuas revisiones o sucesiones desde abajo (cualquier mecanismo de horizontalidad diseñado desde los albores del cooperativismo, el mutualismo, etcétera es más o menos aplicable).

¿Se trata acaso de una ideología que pretende acabar con todas las demás y considerarse la verdad absoluta? Es más bien una estructura formal que no tiene por qué mantenerse eternamente. Es un ideal en que puede darse el sistema contrario: si todos, una vez que pueden sentarse en condiciones de igualdad a la mesa (metafórica, no nos liemos) de ese consenso cuasi habermasiano, discuten y deciden unánimemente que otra cosa es mejor nada impide su realización, hasta que cambien de opinión. Si todo el mundo vota unánimemente a neonazis y estos se aseguran de que mantendrán el sistema electoral, que no le engañen las sensiblerías: estará bien. Otra cosa a discutir es si los colectivos minoritarios tienen derecho a ejercer presión con sus reivindicaciones o a coger la puerta cuando a bien lo tengan.

Esto es también una opinión, y ni siquiera es la mía, puesto que no se sale suficientemente de una tradición intelectual fuertemente marxista, aunque sea para criticarla y afirmar superarla. No obstante, me parece bastante certero que estos y muchos otros pensadores contemporáneos  hagan brotar de las cenizas del rojo caudillismo un acercamiento  de los sujetos políticos, en una situación de economía tan globalizada (y tan falsamente en pos de la aproximación de extremos) que, como decía el bueno de Guy Debord, el progresivo acercamiento geográfico “concentra interiormente la distancia”[1]. Y ya que el único improbable fin de la historia, la única tensión fatal fuera de las múltiples tensiones no fatales que soy capaz de concebir (y más allá de la taimada dicotomía “capitalismo o fin del mundo”) sucedería precisamente, tras muchísimo tiempo y sufrimiento humano, cuando aquellos millones que a nivel planetario viven narcotizados por el hambre y el fango exijan una explicación a los que viven narcotizados por el espectáculo.



viernes, 29 de marzo de 2013

Retorno (II)





Ciudades correosas le corrían por el vientre, de un lado para otro, le explotaban las venas y llenaban su tripa de herrumbre. Decenas de robledales le rompían la superficie del cráneo y en sus orejas se agolpaban racimos de hongos, y parecía recién salido del fondo de un río, pues no paraba de gotear agua de sus pulmones de ahogado. La adivina me dijo: “Este es tu futuro. La muerte. Estarás muerto. Esa será tu profesión. Muerto”, y luego le pregunté si me podía comunicar con el Monstruo y me dijo que sí, que claro que podía, que los muertos hablan como cotorras. Le pregunté "¿quién eres?", y él me dijo que era yo, y tardé, tonto de mí, en caer en la cuenta de que ese “yo” era yo. Le pregunté “¿quién te ha hecho eso?” y me respondió “yo”, y tardé, tonto de mí, en caer en la cuenta de que ese “yo” era yo. “¿Por qué puedes hablar?”, inquirí, y me dijo que era muy apreciado en los círculos de alta sociedad por su interesante y amena conversación sobre absolutas trivialidades. Yo en ese momento no era muy apreciado en dichos ambientes, y empecé a sentir envidia. Le pregunté “¿por qué tienes todo ese metal oxidado, esas vetas minerales, esa raíces nudosas por el cuerpo?” y me respondió que eran medallas, tatuajes y galardones que había ido ganando, los cuales no quería perder nunca de vista. Ahora estoy tumbado en mi cama, desnudo, con mi tersa y lisa piel rosada, y siento la necesidad de sentir ríos correr sobre los surcos de mi carne, de tener ganado pastando en mi vientre,  tan, tan solo me siento. Empiezo a mirarlo todo con la mirada roja que usa el oso polar para identificar a la foca, y me asedia una y otra vez aquello que me han dicho de que en los suburbios de la ciudad, en calles embarradas sin pavimentar, hay fundiciones donde obreros con soldadores y gafas protectoras se dedican a implantarse unos a otros ilegalmente brotes de brócoli en los dedos, corteza de abedul en los párpados, campos de trigo en el esternón, cabellos de manzanos en flor en primavera...

jueves, 28 de marzo de 2013

A la espalda

A veces me da por volver la vista a mi espalda.

Es entonces cuando vislumbro a la gente que dejé atrás. Y es entonces cuando me doy cuenta de que no están realmente atrás, de que realmente están muy por delante, y son ellos los que han terminado por dejarme atrás a mí.

Y es entonces cuando me doy cuenta de lo inepta que soy, y de que estoy a años luz de lograr un mínimo de la estabilidad que disfrutan ellos.

Que estoy a años luz de lograr una mínima parte de su felicidad.

La marca Marx, II




Como decíamos, el modelo autoritario y centralista “democrático” del leninismo fue parte de la inspiración, más o menos literal, para casi todos los modelos de socialismo antidemocrático que se han llevado a la práctica, occidentales y orientales. Occidente, bajo la esfera de Estados Unidos, y los países del Este, bajo la soviética, se preciaban de identificar esa clase de socialismo como la única verdaderamente válida o factible. La marca Marx se volvió un monopolio estatal. Curiosamente, pese a que nunca es reconocido a tiempo por sus constituciones o la intelligentsia, los Estados que resultaban no resisten el carácter de dominación que les asigna un análisis con conceptos y categorías marxistas de lo más básico. Con mucho conocimiento del “motor de la historia”, pero en completa ignorancia de las antiquísimas leyes históricas sobre la formación de la tiranía (ahí no quisieron remontarse a Aristóteles), la vanguardización del Partido conduce del liderazgo de una élite a la acumulación de poder en pocas manos sin escrúpulos, frecuentemente dos, en lo que algunos, como el apóstata de la causa comunista Karl A. Wittfogel, ven como un retorno a un modelo de despotismo oriental, primer paso de la evolución dialéctica entendida como evolución de la igualdad entre los hombres (en este paso un individuo reina sobre todos los demás).

¿Tiene la dialéctica una especie de estructura circular? ¿O es más bien una forma de “actualizarse” del capitalismo, que donde antes no podía germinar, tras una etapa socialista consigue una raigambre irrefrenable? Churchill definía el socialismo como "el camino más lento y doloroso al capitalismo”, y parece tentador verlo así, ya que, por ejemplo, se convirtió la Rusia zarista, donde al modelo capitalista le estaba costando asentarse, en un gigantesco capitalismo de estado que cae por sus propios pies de barro económicos y políticos y produce una oligarquía de multimillonarios en el proceso de privatización. Y, como bien sabemos, es un caso suave comparado con los otros capitalismos salvajes surgidos del seno mismo de una revolución proletaria: China y Vietnam han adoptado exitosos modelos “mixtos” con lo peor de cada cual, que les permiten devenir países con un enorme crecimiento económico (Vietnam tiene desde el año 2000 el más rápido del mundo).

Es extendida, desde los años noventa, la creencia de que así acabará cualquier intento de alterar la más dogmática desregulación. Fukuyama ya proclamó en su momento el “fin de la historia”, parada en el liberalismo y el librecambismo, en donde se ahogaría finalmente cualquier intento de cambiarla, y Lyotard balbucía que la sociedad tecnológica estaba abocada a verse despojada de la cualidad política que la había acompañado todo el curso histórico, hasta resultar en algo meramente operativo, donde la información sustituyera al valor trabajo y los “decididores” eligieran qué información se usa. Desde principios del siglo pasado la lógica de la devaluación, la carencia de valores fuertes que se opongan al “todo vale” derrotista predicen la futilidad de oponerse a un sistema donde todo objeto, valor o individuo es intercambiable por otros. Neocons y neoliberales, siguen esta estela afirmando que hoy hay que dejar expirar el juego político y organizar una sociedad liberal según criterios supuestamente utilitaristas y pragmáticos, obviando que eso ya es una enorme elección moral y política, en cuanto se pregunten un “por qué” y un “para quién”.

 Otros materialistas, como el antropólogo Marvin Harris, han vuelto su propia crítica contra de los resultados de las Revoluciones que abanderaban el materialismo histórico[1]. La falta de previsión en los resultados de la instauración del comunismo puede explicarse según el principio de que un cambio de dirigencia no tiene por qué alterar la organización básica de un país. Por ejemplo, precisamente por el cariz de las ideas bolcheviques, sus objetivos hicieron innecesario construir punto por punto un nuevo aparato político, con lo que en muchos aspectos adoptaron el zarista (policía secreta, campos de trabajos forzados..). La inextinción del Estado policial zarista facilitó el retorno al despotismo descontrolado del estalinismo. De ser así, parece que se obvió lo más fundamental de una ideología que reivindica tanto el cambio más allá de las mentes. ¿Qué estarían pensando los lumbreras del Partido?

Pese a que las formas económicas determinan íntimamente la formación política, lo hacen determinando la ideología. Una colectivización forzada y apresurada no produce necesariamente un nuevo sistema. La pretensión, entonces, de inocular la ideología por medios coercitivos produce un distanciamiento entre el Estado y la sociedad civil, y lleva al Estado a instituirse como una entidad independiente, realización de un principio abstracto, noble sólo en origen, y si eso.

Curiosamente, si recordamos la crítica de Marx a la concepción hegeliana del Estado veremos cómo ese “divorcio” entre Estado y sociedad civil era el principal foco de sus dardos. Los idealistas, con Hegel a la cabeza, solían considerar al Estado como la encarnación de un principio (en caso de Hegel su Espíritu Absoluto). Es decir, le otorgaban un valor genuino por sí mismo. Para el materialismo de Marx el Estado es concreto, de por sí está vacío, y responde siempre a demandas que provienen de la sociedad civil (frecuentemente defendiendo los intereses de los grupos dominantes). Esa cualidad de ser reflejo de lo que sucede por debajo de él debe de orientarlo, tras la Revolución, a responder, en lugar de a los intereses de la minoría en poder, como sucede en el capitalismo, a las demandas de la mayoría. Es decir, abandonar la cobertura a unos pocos para expandirla a unos muchos.

Aristocratizar a los realizadores de esas demandas en forma de “vanguardia del proletariado” implica la imposibilidad de cualquier dictadura del proletariado basada en consejos, algo bastante cercano a esa idea de Estado orientado hacia sus integrantes, y no hacia principios en el aire (no olvidemos que, nominalmente, así eran los soviets, pero el Partido los sobrevoló sombríamente desde el principio). La gente no pudo, mediante una forma democrática radical no burguesa, elegir el curso de la revolución y su efecto en la sociedad. Por tanto, se torna imprescindible recurrir a la fuerza para moldear a ésta última a base de reprimir a la disidencia, o inventarla, y mantener a la población asustada/concienciada mediante un enorme sistema de propaganda y terror constante. El asesinato masivo ya había sido considerado como inevitable por las teorías canónicas, desde esos artículos de Engels en la Gaceta Renana contra los vascos hasta el “Qué hacer”, “El Libro Rojo” o algunos manuales de Educación para la Ciudadanía. 

Una emancipación forzosa y totalitaria resulta a primera vista una forma incongruente de emancipación. Sólo se esquiva el ver esta contradicción si se entendiera el marxismo como un nivel de profundidad infinitamente superior a todos los otros discursos superestructurales, si se entendiera como la verdad objetiva frente a los anteriores, que son mero prejuicio histórico. Podría objetarse que el marxismo no es prejuicio, entonces, porque posee un fuerte relato de emancipación de fondo, pero ¿no lo poseen todos, cada uno según los criterios de su época? ¿Qué es la Ilustración, relato de emancipación del género humano que condujo a la toma de poder de la burguesía? ¿Creen que un liberal a la escocesa como Adam Smith se despreocupaba tanto de la desigualdad social como, por ejemplo, un Mises? Si me apuran, incluso en el feudalismo existía el relato de emancipación, ubicado en la vida ultramundana, y hasta a la reencarnación podríamos llegar. Sin embargo, el marxismo ha prestado poco crédito a estas excusas de liberación última, calificándolas como engañabobos, productos de su época, y ha preferido ceñirse a “los hechos”.  Pero cuando está justificando una dictadura de partido se vuelve un discurso que ha perdido todo dinamismo y ha quedado fijado en el tiempo, reprimiendo la objeción y proclamándose ciencia al mismo tiempo, escudándose pobremente en su inevitable condición superestructural (el clásico “si no impongo yo mi ideología lo hará otro”, del cual sólo se deduce que ambos elementos poseen la misma -y escasa- legitimación)

Una diferencia cualitativa en términos de poder (un grupo social sustituye a otro, y de hecho no faltan quienes ven un golpe de estado en Rusia, más que una revolución de masas), resulta siempre, en la toma de poder, en una diferencia cuantitativa en términos de opresión, si bien es difícil siempre “medir” esta. En el caso socialista lo visible es el crecimiento exuberante y aparentemente sin límites del Estado, allí donde su tendencia óptima iba a ser hacia la eventual desaparición. Aunque el poder económico se iguale para todos-cosa que es discutible que haya sucedido alguna vez- la diferencia entre un pequeño grupo que gobierna (o un superindividuo) y un gran grupo gobernado genera desde el primer momento una desigualdad de casta, que indica que el poder meramente político debía haber sido tenido mucho más en cuenta (acudan a la abundante literatura sobre cómo viven y vivían las Conciencias del pueblo, quizás incluso en cargos de su entorno encuentren más de una prueba). Todo el colectivismo que pudiera haber en la dirigencia de “planificadores”, que podían ser los más bienintencionados del mundo, es dinamitado por sujetos con fuerte ansia de poder que escalan hacia un dominio absoluto y cuya ventaja con respecto a los otros consiste en, siendo fijos los fines a alcanzar, la mayor flexibilidad moral (el grado de maquiavelismo) bajo la que considerar los medios para llegar a ellos.

No vamos a tratar la compleja secuencia histórica que se esconde tras la raíz del totalitarismo, aunque aprovechamos para recomendar vivamente al interesado la lúcida obra al respecto de Arendt, Hayek y, especialmente, Reich [2]. Hablábamos antes de las categorías marxistas como instrumento analítico, y concluimos que , si mantienen a raya la pretensión de ser algo más que análisis, ordenan sin dirección el movimiento histórico, y que “el fin de la dirección” que suponía la sociedad sin clases llevó a la imperiosa necesidad de establecer coactivamente el cambio en la exterioridad del orden social y en la interioridad de la conciencia individual. ¿Por dónde debería empezar entonces el cambio, si un cambio es siquiera concebible? Evidentemente, atendiendo a lo político. La liberación del economicismo y la autonomía de lo político no nacieron ayer, sino que datan de muy antiguo: pensadores tan tempranos como Bernstein, notable renegador de los principios marxistas y uno de los fundadores de la socialdemocracia, basaron parte de su disidencia en su oposición al reduccionismo de todo a la influencia de lo “infraestructural”. Porque para economicismo ya tenemos el mundo plagado de mercantilistas.

¿Tú también, hijo mío?



(continuará...)




[1] Para un ameno ejemplo del contexto desde el que se desarrollan esta clase de críticas, Harris, Marvin,Nuestra Especie, Alianza Editorial, Madrid, 1993, pg. 473-482

martes, 26 de marzo de 2013

La marca Marx, I



“La prensa es la expresión del espíritu del pueblo; sólo la libertad de prensa hace posible que se exprese la razón. La censura hace a la prensa débil, envilece al gobierno y engaña al pueblo. La censura es la negación de la razón y de su desarrollo”
Karl Marx[1]



“Todo lo que existe debe perecer. […] La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un “Estado” perfecto, son cosas que sólo pueden existir en la imaginación.”
Friedrich Engels[2]





John Donne, el poeta metafísico inglés, decía que nadie duerme en el carro que le lleva al cadalso. Se puede creer que este insomnio sea directamente proporcional al insomnio provocado, el cual, para esos dos Herren alemanes de largas barbas socialistas que ahora suben a la tarima bajo la lluvia, alcanzaría cifras astronómicas y universales. Universales como las reacciones encontradas que suele provocar la mera mención de su incendiario pensamiento en los aproximadamente veintisiete Estados (cuarenta y uno contando las repúblicas soviéticas, si no conté mal) que podemos considerar que en mayor o menor medida se han dicho seguidores acérrimos de él. Malestar por el que el pueblo aúlla, levanta antorchas, pide justicia. No es nuestra labor juzgar qué parte se les puede atribuir a ellos, los textos están ahí para quien quiera leerlos. Todo el mundo debería hacerlo, como ducha contra lugares comunes. Tampoco juzgaremos si entre esos países hubo excepciones, o si el hecho de que casi nadie los aprecie cuando han pasado y se descubre la que armaron se deba a una mera intoxicación por los valores pérfidos de la Coca Cola. Paremos la escena y dejemos que cada cual levante o baje el pulgar en su Cadalso Interior.

No se negará que hoy día sus nombres han perdido influencia en el discurso político mayoritario, y producen frecuentemente disgusto al recordar cuándo fueron invocados, o cuanto menos cansancio al rememorar una ideología que, invariada e invariable, parece que vaya a permanecer, en la marginalidad o en tomas de poder que no duran más de un siglo, enturbiando la inquietud social o la vieja necesidad de tener un enemigo bien definido al que culpar de todo en los jóvenes y en algunos muy mayores. Así es como Antonio Escohotado anda trazando con detalle su historia en “Los enemigos del comercio”, enlazando con la extendida idea de entender la tendencia a un proto-comunismo como demandas que reclaman seguridad siempre que se da un nuevo avance en términos de derechos individuales, estando condenado a permanecer siempre como un reverso del estado de cosas dado, una posibilidad en la sombra ante el avance de la sacrosanta Libertad.

Herbert Marcuse tiene una definición de la dialéctica marxista semejante, desde un espectro político bastante distinto al anterior. Marcuse entendía la dialéctica como la simple posibilidad de concebir un sistema distinto al que vivimos, existiendo, en la sociedad actual, sólo en la forma de la negación de lo que hay, de imaginación de lo posible. Existirá siempre que se dé la posibilidad del cambio, como una forma alternativa de construir la sociedad. Y parece ser que esta posibilidad está cada vez más lejos, pues la sociedad se va cerrando sobre sí misma, barriendo imparablemente las conciencias disidentes con publicidad y pensamiento positivo, hasta que en lugar de infinitos hilos de pensamiento barruntando mundos alternativos haya uno solo que emita anuncios y música indie (“vivimos en una sociedad/donde resulta más fácil imaginar el fin del mundo/ que el del capitalismo”, decía Jorge Riechmann, también Prodan Lecrou). Es otra forma, de las múltiples que hay, de entender el marxismo en general como un reverso, algo consustancial a lo que existe. Al fin y al cabo, él mismo siempre ha acostumbrado a entenderse así.

Y el grueso de la población, en otra polarización binaria que ni pregunta ni escucha, también tiende a su manera a definirse sólo en contraposición, en reverso. El mundo se divide en derechas e izquierdas, progres y carcas, estatistas y liberales, y todos los demás problemas son tachados apriorísticamente de retórica, distinciones sofistas. En general se recurre a un argumento análogo al de que yo, por el hecho de ser un ente físico, conozco al dedillo los intríngulis de las leyes físicas que me afectan sin necesidad de estudiar nada de ellas. Es aún más absurdo, pues las mencionadas leyes no sacan ningún provecho de que yo las desconozca (ni siquiera la mecánica cuántica), mientras que en asuntos de política sí es muy provechoso y por doquier incentivado, especialmente cuando se trata del pésimo bagaje cultural de nuestros representantes.

El freudomarxismo de Marcuse no se refería sin embargo a esta clase de oposición, y tiene poco que ver con lo que se ha dado históricamente, pese a que inspiró ampliamente a la New Left y gran parte del activismo de los sesenta y setenta, con frecuencia muy críticos con el “socialismo real”. Y es que el comunismo no es sólo una elaborada teoría en el aire, es un sistema político que trató de realizar sus ideas durante el siglo pasado con bastante poco aprecio por las vidas que se segaban por el camino. Un sistema que aspiraba a la unidad internacional, pero abundaba en rupturas dramáticas, nacionalismos exacerbados y discrepancias teóricas y prácticas entre los distintos países que lo practicaban. Parece, no obstante, que su amenaza ha desaparecido para siempre, y por mucha crisis financiera que hoy enfervorezca opiniones radicales por doquier la mayoría nos emperramos en no cuestionar que hayamos alcanzado nuestras bellas democracias de libre mercado cada vez más libre, y que permaneceremos bajo su dudosa seguridad hasta el fin de los tiempos. Que los únicos cambios, vaya, serán en todo caso un poco hacia la izquierda o un poco hacia la derecha, nada serio.

Pero es muy ingenuo pensar que lo que tenemos ahora va a durar siempre, y cualquier vistazo a la historia sirve para bajarnos los humos. Para entender la historia es preciso entresacar conclusiones generales, formular tendencias probables, escrutar posibilidades futuras: nada de ello suele dar pie a pensar que vivimos en un  mundo inmutable. Y precisamente para diseccionar de esta manera la historia y la sociedad es para lo que fue diseñado el análisis marxista (ante el cual cualquier conservadurismo se puede formular como el simple delirio  de intemporalidad dentro del puro tiempo). Pero para poder entender bien a qué nos enfrentamos debemos depurarnos a nosotros mismos, como mártires. No todos lo han hecho, y ahí es donde radica el frecuente problema en sus conclusiones.

Un error que es difícil no cometer con los conceptos es, precisamente, pensar que poseen vida propia. Creer que cierta noción de infinitud se puede ejemplificar mejor con, por ejemplo, la metáfora de un abismo, pero ahondar en esa metáfora para darse cuenta de que en el fondo de los abismos también viven peces, y pensar que eso debe de tener un equivalente a nivel teórico también. Y este burdo ejemplo, en variaciones más o menos intrincadas, lo encontramos por doquier, por eso con las imágenes si no nos planteamos hacer poesía se debe de tener claro qué faceta se subraya, porque sería muy raro que un producto artificial de nuestro cerebro tuviera su equivalente metafórico hasta en el más mínimo detalle en un lugar (una parcela) del mundo externo. Esta disociación entre lo concebido y su representación didáctica no implica que lo primero suela ser tan intrincado que no se pueda encontrar algo tan retorcido ahí fuera como para hacerle justicia. Por lo general, el concepto teórico o técnico no debe ser algo que quite el sueño por su inaprensibilidad , de hecho al revés, si uno no es capaz de repetírselo todos los días antes de acostarse no sirve de nada. Los sistemas de pensamiento pueden dar muchas vueltas, pero, cuando arriban, arriban. Las cosas son sencillas.  No se me malinterprete, creo que son más complicadas de lo que el espectador teledeportivo estereotípico suele pensar, pero mucho más simples de lo que el académico pedante suele dar (o parecer dar) a entender.

¿A qué toda esta monserga? A que con conceptos tradicionales como el de dialéctica o el de lucha de clases se ha forzado esto, precisamente. ¿Acaso no nos imaginamos la dialéctica como una fuerza que se apodera de la historia y la fuerza a virar hacia el comunismo? ¿O no nos presentan la lucha de clases como el motor (con humo y todo) de la historia? Pues nada de esto es así. “Se ha analizado y se ha visto que, hasta ahora, la lucha entre las clases ha sido una tendencia notable, más que otras, en el curso histórico”, “Se entiende la historia bajo un nuevo prisma si le aplicamos el filtro intelectual de la dialéctica”. Eso sí.

El materialismo histórico es revelador por su reduccionismo de la acción histórica al modelo de oposición de clases, de oposición de intereses donde los de los mandatarios son apoyados por el sistema económico, y esta idea ha radiografiado las sucesivas revoluciones históricas hasta el siglo XIX con una riqueza muy distante a la de otras teorías, y sus reformulaciones sirven todavía para entender y ordenar la situación actual, si se puntualizan muchas cosas. Gran parte de los conceptos sacados de su crítica se siguen utilizando unánimemente. Pero creer que porque existe en la historia un movimiento ha de haber un final, una fase definitiva, carente de todo antagonismo, es pensar que, como el abismo tiene peces, esos peces deben simbolizar, qué se yo, “fundamentos escurridizos y de corta vida en el abismo de la incertidumbre”. Quizás no era mi intención darle ese tono de aporía a mi abismo, pero al descubrir que hasta en las Marianas se han fotografiado peces planos creo que mi línea argumentativa me ha de llevar por fuerza a estas planas conclusiones.

¿Cuál es, entonces, la analogía desmedida? La dialéctica materialista resulta un método para encontrar corrientes subyacentes en la historia, un “sentido” histórico, pero no necesariamente “una dirección”. El problema es que su sucesión de estadios se asemeja demasiado a esa idea para nosotros tan atractiva del fin de la Historia (que no está reñida con la idea de que haya movimiento en ella, entendemos el mundo de forma espaciotemporal, qué menos). Si pensamos que la historia debe tener un fin propio y genuino, pensamos que debe tener una esencia donde ese fin quede recogido. La idea de que todo debe tener un fin último y definido fue desarrollada ampliamente por Aristóteles (reformulando a Platón). Se denomina teleología y no se debe confundir con teología, aunque han ido frecuentemente de la mano. La filosofía cristiana hizo en efecto un uso abusivo a ella, y luego fue retomada por tipos tan volcados al Espíritu como Hegel, y finalmente por sus discípulos Marx y Engels, pese a que ellos se presentaba en sociedad como el negativo de su maestro. Es decir, como materialistas radicales fruto de una cadena milenaria de pomposo idealismo.

Al no librarse de este prejuicio metafísico, el marxismo cree que se ha descubierto “la esencia de la historia” (el qué) en lugar del “movimiento de la historia” (el cómo). Ya Marx advertía que no consideraba haber llegado a una filosofía que rindiera instantáneamente y en detalle los pormenores de todas las facetas de la historia, sino que más bien había conseguido una “llave maestra” para comprenderla mejor. No obstante, históricamente se ha tomado con más seriedad. Entonces sucede que se ve en la clase obrera un sujeto ontológico para cuyas necesidades debe gobernar un determinado tipo de estructura, en lugar de considerar al sujeto político un sujeto práctico por cuyas necesidades se debe preguntar. Y si parece desdibujarse o desaparecer el sujeto ontológico, pues se inventa. El frescor heterodoxo que supuso a la tradición marxista la obra de Gramsci se debe, entre otras cosas, a que fue capaz de responder a la duda sobre si de verdad las clases sociales están predeterminadas, son identificables o harán lo que les corresponde en su rol histórico introduciendo conceptos como el de “hegemonía” o “bloque hegemónico” -que viene a ser el dominio cultural de una clase sobre otra(s) que hace que la(s) segunda(s) actúe(n) como se espera de la primera. Es un parche o excusa, pero al mismo tiempo un punto de fuga de esencialismo que, por supuesto, no terminó de vaciar el depósito.

Una historia del socialismo es una historia de un final, de un objetivo, de encontrar un estado de reposo y paz al ir y al venir. ¿Acaso no pierde sentido un movimiento lineal como el dialéctico si no va acompañado de la promesa de un final, no es eso lo que el sentido común nos fuerza a reconocer? ¿Puede haber algún movimiento que no pare en una localización última? Bueno, reconociendo de nuevo lo peligroso de buscar similitudes, en la física clásica, que para muchas cosas es un paradigma del sentido común, el movimiento no pararía si no operaran fuerzas, ya sea el rozamiento, sobre él, y una vez estuviera parado sólo una nueva fuerza podría ponerlo en funcionamiento. Quizás cada disposición de la sociedad genere una nueva clase subyugada que puede finalmente tomar el poder, y sólo haya una sucesión impulsiva de nuevas tomas de poder sustituyendo una dominación por otra. Que nos hayan contado de pequeños que todo lo que se mueve tiene un estado de reposo final y absoluto no implica que sus tentáculos tengan que alcanzarlo y darle forma a todo. Está bien sin peces, gracias.

Muchos han asegurado que el problema está en la dialéctica más que su objeto de estudio: es imposible mirar a través de ella sin ver al hombre dominado por el hombre. Yo no soy un experto en economía marxista (y, lo admito, leer sobre dinero me aburre sobremanera) pero hay que aclarar un punto básico: la filosofía marxista va de la mano de un análisis económico que se apropia del concepto de explotación. No se trata de una palabra dicha así como quien busca un sinónimo para “cerdo capitalista acaparador”. Que el propietario de los medios de producción compre y use la fuerza de trabajo del “proletario” , y añada al coste real (incluyendo fuerza de trabajo) una plusvalía para enriquecer a la empresa y a sí mismo (dejando de lado la espinosa cuestión sobre si esta se da en la práctica) se denomina “explotación” de la fuerza de trabajo ajena. A ningún tipo de análisis escapa la desigualdad de oportunidades en todas las sociedades avanzadas, y por tanto la existencia de clases sociales y de sus intereses contrapuestos, a los que responde una forma de gobierno que o bien acepta como justa una situación en la que una determinada “clase” posee el capital (grupo definido tautológicamente, en último término, por poseer el capital), o bien se declara de extrema izquierda. El estado de cosas resultante es definido como “explotación de clases” por el marxista, y no son necesario látigos y sombreros de copa para estas consideraciones, ni ser teórico del conflicto para admitir la existencia de fenómenos derivados de contrapesos sociales con intereses opuestos. Probablemente hace falta más que eso para ser marxista en el sentido ortodoxo, pero no olvidemos que Marx era el primero que se preciaba de no serlo.

Por otro lado, tanta insistencia como hace la tradición marxista en colocar lo económico como el eje fundamental del giro histórico puede ser calificado de simplista. Aquella extrema polarización entre proletariado y burguesía (para que nos entendamos, la burguesía cada vez más rica y el currante cada vez más pobre) que se preveía fruto del mero rodaje económico del libre mercado, y que produciría necesariamente, cuando fuera “insoportable”, el levantamiento de la clase empobrecida, no se produjo. En esto tuvo mucho que ver, además del cuestionable cumplimiento de la tendencia irreversible hacia el monopolio que se auguraba en lo económico, la fuerza de la infravalorada conciencia ideológica capitalista, así como consolidación de las clases medias como colchón para que la desigualdad social no cayera por su propio peso (aunque hoy día suenan voces de alarma ante su pauperización creciente en forma de medidas agresivas contra el funcionariado).

Esta conciencia de lo económicamente inevitable hizo que los continuadores de la tradición marxista ortodoxa plantearan una visión bastante estática de la acción revolucionaria (“Nuestra tarea no es organizar la revolución, sino organizarnos para la revolución[3]”, llegó a afirmar Kautsky, principal Pope del marxismo tras la muerte de sus fundadores). El marxismo se creía el único discurso auténtico sobre la historia y su movimiento, por ser el primero en contemplar las cosas desde su peculiar manera. Y como cree ser el único válido, cree que tiene un nivel de profundidad superior a todos los otros discursos, y por ello decide que, si está compulsado por su análisis, cualquier fenómeno es para bien. Esta confianza esencialista la encontramos en todas sus tendencias tempranas. Por ejemplo, los luxemburguistas postulaban que la tensión revolucionaria cristalizará en un fenómeno espontáneo, como una huelga de masas que desbocaría cualquier dirección preestablecida posible, ante la cual no cabría ningún control. La Revolución caminaría por sí sola como un fantasma recién invocado.

El leninismo fue duramente criticado por Luxemburgo y los suyos, dado que postulaba exactamente lo contrario (dirigismo contra espontaneísmo), pero ambos se basaban en que la acción humana era responsable sólo en parte, ya que los antagonismos en el seno de la sociedad debían necesariamente, sucediera lo que sucediera, ser eliminados, todo ello gracias a la confianza en que el comunismo era algo que poseía una suerte de dinámica propia.  El leninismo, por si hace falta presentarlo, estipula que la clase obrera debe tener una “conciencia vanguardista” llamada Partido, compuesto por aquellos que están familiarizados con la exacta “ciencia de la historia” y por consiguiente están plenamente facultados para cuidar de los trabajadores y evitar que decidan por sí mismos y se equivoquen. Les suena, supongo.

La sociedad sin antagonismos parecía tan razonable a ojos de todos que no podía ser una falacia, entendiendo por “antagonismo” la contradicción, la lucha de intereses, la oposición de clases. Pero, como reza la cabecera de este artículo, ya Engels advertía de que una sociedad tan “ideal” como para atraer para sí todo cambio concebible era imposible, lo cual no excluía que la situación pudiera mejorarse y mucho. Los leninistas y su extensa prole ideológica pretendieron, si fueron llevados a la práctica, destruir todo antagonismo, y generaron al tomar el poder dictaduras unipartidistas como única forma realista de llevar las ideas a su realización, pues el reformismo siempre permite la vuelta atrás. Por ello, la simple idea de democracia de partidos adquirió la connotación de burguesa. Esto exige por parte del ciudadano una confianza casi infinita, no sólo en la idea de socialismo, sino en que quien se nos ha impuesto para ejecutarlo (o, en muchos casos, el que siempre sale votado según un sistema de dudosa transparencia) vaya a hacer siempre lo correcto, aunque tenga ochenta años, y aceptar con ella de idea de que los que conocen la ciencia objetiva de la Historia, aquellos que aparecen retratados en todos los monumentos y carteles, son infinitamente mejores a los demás, que con ochenta años estaríamos para el arrastre. Pero no le eches cuenta, porque en el fondo todos los hombres son iguales. Eso no lo dudes… por tu bien.

(continuará..)






[1] Citado en Valqui Cachi, C., y Pastor Bazán, C., (coord.) (2011) Marx y el marxismo crítico en el siglo XXI , México: Ediciones Eón, pg. 343
[2] Engels, F., “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”, en Marx, K., y Engels, F., “Obras Escogidas (2), Akal, Madrid, 1975 pg., 381-382
[3] Verschwörung oder Revolution; en El Socialdemócrata, nº8, 20 Febrero 1881

sábado, 23 de marzo de 2013

Cómo escribir artículos de opinión –preceptiva- (o cómo no se escriben-descriptiva-)




(A Rafa)

He publicado un par de argumentos que tienen una característica común que salta a la vista, en cuanto a la estructuración de su salvaguardia argumentativa: en algún punto la concatenación de razones incrusta un apodíctico de inexorabilidad, cual si incumbiera a un determinismo mecánico-materialista (por ejemplo, se alude a lo ineluctable de la subyugación o lo determinado de la actuación bajo un paradigma ético ordenado); a simple vista de la misma clase que aquellos de los cuales se sigue una teleología histórica y un útil de interpretación carente de fisuras, cuyos únicos puntos sombríos surgen de la negatividad hipotetizada en el reverso de lo dado.

Esto es preocupante, porque mi intención en un artículo nunca es ofrecer una totalidad de pleno sentido de la cual se pueda seguir una cadencia de conclusiones bajo una dinámica-mecánica concertada. No es hablar de fundamentos, sino de aspectos periféricos a los fundamentos, es decir, de las cosas mismas en su entidad, lo aparecido. Un artículo de opinión, por consiguiente, no debería ser tajante y dejar expuesta una descripción pormenorizada de la fundamentación de un sistema de creencias, ni mucho menos acompañar este de los medios para localizar la asignación moral-afectiva de cada átomo compositivo definitivamente adjudicado en su posición. En otras palabras, dejar sentado lo enunciado como conclusivo y permanente, si uno se encuentra abierto a la permutación de posturas o simplemente es consciente de la de los idearios en su conjunto, significa o abatirse sobre la ortodoxia en el sentido más soberbio o arriesgarse a que lo hasta ahora actualizado como verídico se canjee en falsedad en cuanto una mutación provoque en su irrupción el desorden de la estabilidad del paradigma en su pivote fiduciario.

Podría objetarse que entonces, si se desconocen las bases en detalle y la cosmovisión general del enunciador, si se obvia la secuencia de colegidos , lo escrito debe ser descartado, pues flota sobre el puro abgrund ontológico, un canto de pájaros en el fin del mundo, una cadencia inasequible a la otredad de subjetividades. Bueno, esa imagen mental es la que yo me hago cuando me caricaturizo la mayor parte de juicios de valor que se prestan a la analítica, y sin embargo no por ser infundados pierden asequibilidad, pues no descartan implícitos. La intuición poética no es en este sentido lo inefable, sino lo ine-fado, lo silenciado y expresable (sin pecar de anti-continental, creo que sobre lo que no puede decirse no existe toma de partido posible, sirva esto para todos los debates sobre la existencia o no de seres indescriptibles en su omniesencia, o para los múltiples metarrelatos que los enmarcan. No obstante, ha de prestarse atención a la divergencia semántica entre el decir y el expresar. Puede realizarse transmisión en la expresión vacía, donación de elipsis con tanto o más material de verdad que el  lenguaje positivo).
No dudo que en la formalización lógico-matemática se pueda decir, arriesgando la epistemología, que no poder expresar algo es sinónimo de su desconocimiento, pues se trata de disciplinas fundacionales exentas de referencia al mundo natural, y por tanto, en la pura abstracción, las nociones que de cuyo conocimiento uno tiene vagas reminiscencias pero que no es capaz poner en práctica en la urgencia de su concreción irían a una especie de tras-trasmundo de entes lógicos que flotan en lo demasiado abstracto de lo ya de por sí incapaz de tolerar más abstracción bajo la forma de entes lógicos (suponiendo la tautología de que no hay entes lógicos que se avienten de estas esferas). Pero en epistemología del conocimiento natural mi posición no se aleja tantísimo de un moderado intelectualismo,id est, la opinión de que conocer un fenómeno no implica necesariamente la capacidad de pasar de una forma disposicional a una ocurrente. De ser así al pie de la letra, haber reaccionado con una impresión genuina a un discurso implicaría que uno no se puede retrotraer a una turbación semejante sin reconstruir el momento de su traspaso cognoscitivo en plena literalidad.

Hemos concluido que no es necesaria explicitación para la transmisión, y a eso hemos de añadirle la premisa de que lo extra-discursivo es decisivo a la hora de aceptar una postura u otra, pues es discursivo al análisis. ¿Por qué una posición nos parece más razonable que la otra? No se debería deber a que se hace oídos sordos a la lógica interna de la otra facción. En caso de que se haya producido un sopesar con pingüe racionalidad la totalidad de las dos  posturas, la diferencia en la toma de posición sólo puede residir en la inicua contingencia: posición socio-económica de nacimiento, arsenal indoctrinado. Porque un punto de vista no se agota en su pura coherencia interna, siempre se dirige intencionalmente hacia el noema, se abre a una exterioridad referencial, y la adecuación de una postura teórica con la realidad conocida (que se asocia falazmente a la realidad per se, dada la dificultad de confeccionar su estadística) suele ser el punto decisivo en la toma de posición. Esa adecuación puede ser de orden objetivizable, en el que se esgrime que se presuponen factores ignorados o que los elementos centrales no son tan pronunciados como para hacer de núcleo decisivo, y por tanto la articulación debería reorientarse hacia la preeminencia de nodos de mayor ocurrencia, o bien subjetivizada en tanto rechazo por identificar en lo rechazado un planteamiento fundamental, de forma directa o indirecta, que no se comparte apriorísticamente o la apelación a un espectro de gradaciones pasionales del mismo modo incompartible-incompatible.

Así pues, al ser no sólo la teoría en su carácter de práctica discursiva sino también el puente que tiende a la exterioridad y su interrelación con ella lo relevante en la conformación, no prestar tanta importancia a la secuencia de argumentos de suyo sino apelar a la situación en sí en la que interaccionan no pretende conducir a la falacia del argumento irracional que se pretende como razonado, no se inclina por el lado del cristiano converso, sino que tiene su génesis en una apreciación de lo confuso y disperso de lo que estos procesos se revisten en el imperio de la empiría. Caso grato el de los “argumentos ausentes” , en su sentido arrebatado de abrir puertas hacia nuevos universos de causalidad significativa: el valor de un artículo está no en lo escrito sino en lo que se apunta si se lee cuidadosamente. Al menos esa es mi orientación consciente durante el proceso de confección. Por supuesto, a diferencia de San Juan, no me importa resolver cualquier duda, ya que quien no lee cuidadosamente no duda, bicondicionalmente proposicionando.

Añadamos, por último, la práctica imposibilidad de exponer todas las resoluciones de uno de forma que se siguieran unas de otras. ¿Son ustedes capaces de hacer mapa ordenado partiendo de la emergencia -de emerger- apabullante en la que inexorablemente se encuentran inmersos-inmensos-, no-enterados -de “volverse entero”- y di-vertidos -de “divergencia vertida”- ? Si usted lo medita detenidamente y su respuesta es un sí, debería plantearse seriamente buscar ayuda psicológica. O puede que proveerla.

En todo caso se pueden abarcar totalidades, cuanto menos desde la inspección de determinadas apuntalaciones en su perímetro, del mismo modo que Cristo está en algún modo contenido entre cuatro clavos y sin embargo mora en lo ultramundano. Para ello, y para espantar a los cuervos finalistas que planean sobre mis circunvoluciones humeantes, hablaré próximamente de teleología y teología en lo histórico. Damas y caballeros, los señores Marx y Engels suben al cadalso.

Diario de un cura rural, III: Al desnudo

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En el inimitable museo del Louvre, en la sección de escultura francesa, hay una estatua que llama la atención de todos los viandantes. Es un viejo calveante, arrugado, deforme, cubierto por una escueta sábana en sus partes más nobles y poco más. En el suelo hay una máscara tirada, simbolizando que ha perdido todo lo superfluo, que se muestra tal como es. Una estampa lastimosa, que inspira una mezcla de compasión y fatiga, y, aunque en salas cercanas están algunas de las estatuas más impactantes jamás cinceladas, no puedes evitar verte movido por un sentimiento extraño. Cuando se pretende saber quiénes fueron el autor y el modelo, tras un par de paseos por el museo buscando el letrero en cuestión, uno descubre que es de un tal Jean-Baptiste Pigalle y que el título de la obra es “Voltaire nu”. ¿”Nu”? “Voltaire no”, querrá decir usted. Pues no, “nu” significa “desnudo” y, efectivamente, es Voltaire, el conocido filósofo y escritor de la Ilustración, el que ha motivado semejante representación. Resulta que ya en sus últimos años un grupo de aficionados a la literatura decidió rendirle el mayor de los homenajes y contrató a Monsieur Pigalle para que le hiciera un buen retrato, basándose en un busto que este último ya tenía medio preparado del sujeto. Se esperaban el retrato definitivo, un retrato que clavara en la memoria colectiva la imagen del personaje (como en los autorretratos de madurez de Rembrandt –también representados en el museo- o Goya). Pero empezaron a correr rumores sobre un extraño cuerpo para ese busto. El filósofo, inquieto al principio por lo que se estaba perpetrando, decidió finalmente practicar esa tolerancia que siempre había defendido y no inmiscuirse en la obra del otro, dejando que el arte siguiera su propio curso sin obstáculos. Resultado: es esta la imagen que muchos tienen de Voltaire cuando se les viene a la cabeza, no ya sin esas pelucas que estaban tan de moda entonces, sino sin cualquier clase de maquillaje ante la realidad corporal de la vejez.

Muchos admiraron el valor y la entereza que hay que tener para permitir semejante tropelía con la propia imagen, y muchos lo admiran aún hoy pero, ¿no es algo que nos resulta familiar? ¿Acaso no hay otro tipo que soporta toda clase de rumores, conjeturas, falsedades, exageraciones, sin pestañear?

Oh, de los Rivers, eres un visionario en un mundo cada vez más opaco. Una Ilustración a pie de página en un mundo cada vez más matematizado. Un santo entre cretinos. Un ser sencillo que sólo pide a la vida hierba en su jardín y patatas en su tenedor.  Recuerdo una vez que te pregunté si nuestra actividad difamatoria te molestaba y me respondiste que creías en la libertad de expresión. Me dejaste sin palabras. Deja de cambiarte el nombre en las redes sociales, nadie va a perseguirte ya. Ya no hay pinballs sanluqueños, y sin embargo tú, bola de billar,  sigues botando de cama en cama. Fuiste la Yoko Ono del Cadalso y al final ganaste la batalla. Fuiste comensal un día en el Wok del Carrefour y tuvieron que cambiar de dueño, porque no les salían las cuentas. Si el Último Hogar o el camello de Sanlúcar cierran sus puertas, Dios no lo quiera, tú, Voltaire, seguirás yendo todos los días por darte un voltio.
Nunca fuiste la bola perdida del pinball de la vida.  Eras esos botones con muelle en los que, cuando chocas, rebotas. Todo el disgusto que se descargaba en ti lo devolvías en forma de energía y amor. Botones Sacarino, sólo pedías por propina un ticket restaurante y un par de euros para el autobús (o eso decías).

Eres un lirón que hiberna en los cimientos de nuestra ciudad. No sabíamos si anunciabas tu partida a Madrid para conseguir que te invitáramos una vez tras otra, o para que nos diéramos cuenta de lo que perderíamos. Nos consuela saber que ahora mismo, en algún sitio, tú, cabeza monda, estarás mondando naranjas para esculpir penes de fruta. 
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