sábado, 23 de marzo de 2013

Cómo escribir artículos de opinión –preceptiva- (o cómo no se escriben-descriptiva-)




(A Rafa)

He publicado un par de argumentos que tienen una característica común que salta a la vista, en cuanto a la estructuración de su salvaguardia argumentativa: en algún punto la concatenación de razones incrusta un apodíctico de inexorabilidad, cual si incumbiera a un determinismo mecánico-materialista (por ejemplo, se alude a lo ineluctable de la subyugación o lo determinado de la actuación bajo un paradigma ético ordenado); a simple vista de la misma clase que aquellos de los cuales se sigue una teleología histórica y un útil de interpretación carente de fisuras, cuyos únicos puntos sombríos surgen de la negatividad hipotetizada en el reverso de lo dado.

Esto es preocupante, porque mi intención en un artículo nunca es ofrecer una totalidad de pleno sentido de la cual se pueda seguir una cadencia de conclusiones bajo una dinámica-mecánica concertada. No es hablar de fundamentos, sino de aspectos periféricos a los fundamentos, es decir, de las cosas mismas en su entidad, lo aparecido. Un artículo de opinión, por consiguiente, no debería ser tajante y dejar expuesta una descripción pormenorizada de la fundamentación de un sistema de creencias, ni mucho menos acompañar este de los medios para localizar la asignación moral-afectiva de cada átomo compositivo definitivamente adjudicado en su posición. En otras palabras, dejar sentado lo enunciado como conclusivo y permanente, si uno se encuentra abierto a la permutación de posturas o simplemente es consciente de la de los idearios en su conjunto, significa o abatirse sobre la ortodoxia en el sentido más soberbio o arriesgarse a que lo hasta ahora actualizado como verídico se canjee en falsedad en cuanto una mutación provoque en su irrupción el desorden de la estabilidad del paradigma en su pivote fiduciario.

Podría objetarse que entonces, si se desconocen las bases en detalle y la cosmovisión general del enunciador, si se obvia la secuencia de colegidos , lo escrito debe ser descartado, pues flota sobre el puro abgrund ontológico, un canto de pájaros en el fin del mundo, una cadencia inasequible a la otredad de subjetividades. Bueno, esa imagen mental es la que yo me hago cuando me caricaturizo la mayor parte de juicios de valor que se prestan a la analítica, y sin embargo no por ser infundados pierden asequibilidad, pues no descartan implícitos. La intuición poética no es en este sentido lo inefable, sino lo ine-fado, lo silenciado y expresable (sin pecar de anti-continental, creo que sobre lo que no puede decirse no existe toma de partido posible, sirva esto para todos los debates sobre la existencia o no de seres indescriptibles en su omniesencia, o para los múltiples metarrelatos que los enmarcan. No obstante, ha de prestarse atención a la divergencia semántica entre el decir y el expresar. Puede realizarse transmisión en la expresión vacía, donación de elipsis con tanto o más material de verdad que el  lenguaje positivo).
No dudo que en la formalización lógico-matemática se pueda decir, arriesgando la epistemología, que no poder expresar algo es sinónimo de su desconocimiento, pues se trata de disciplinas fundacionales exentas de referencia al mundo natural, y por tanto, en la pura abstracción, las nociones que de cuyo conocimiento uno tiene vagas reminiscencias pero que no es capaz poner en práctica en la urgencia de su concreción irían a una especie de tras-trasmundo de entes lógicos que flotan en lo demasiado abstracto de lo ya de por sí incapaz de tolerar más abstracción bajo la forma de entes lógicos (suponiendo la tautología de que no hay entes lógicos que se avienten de estas esferas). Pero en epistemología del conocimiento natural mi posición no se aleja tantísimo de un moderado intelectualismo,id est, la opinión de que conocer un fenómeno no implica necesariamente la capacidad de pasar de una forma disposicional a una ocurrente. De ser así al pie de la letra, haber reaccionado con una impresión genuina a un discurso implicaría que uno no se puede retrotraer a una turbación semejante sin reconstruir el momento de su traspaso cognoscitivo en plena literalidad.

Hemos concluido que no es necesaria explicitación para la transmisión, y a eso hemos de añadirle la premisa de que lo extra-discursivo es decisivo a la hora de aceptar una postura u otra, pues es discursivo al análisis. ¿Por qué una posición nos parece más razonable que la otra? No se debería deber a que se hace oídos sordos a la lógica interna de la otra facción. En caso de que se haya producido un sopesar con pingüe racionalidad la totalidad de las dos  posturas, la diferencia en la toma de posición sólo puede residir en la inicua contingencia: posición socio-económica de nacimiento, arsenal indoctrinado. Porque un punto de vista no se agota en su pura coherencia interna, siempre se dirige intencionalmente hacia el noema, se abre a una exterioridad referencial, y la adecuación de una postura teórica con la realidad conocida (que se asocia falazmente a la realidad per se, dada la dificultad de confeccionar su estadística) suele ser el punto decisivo en la toma de posición. Esa adecuación puede ser de orden objetivizable, en el que se esgrime que se presuponen factores ignorados o que los elementos centrales no son tan pronunciados como para hacer de núcleo decisivo, y por tanto la articulación debería reorientarse hacia la preeminencia de nodos de mayor ocurrencia, o bien subjetivizada en tanto rechazo por identificar en lo rechazado un planteamiento fundamental, de forma directa o indirecta, que no se comparte apriorísticamente o la apelación a un espectro de gradaciones pasionales del mismo modo incompartible-incompatible.

Así pues, al ser no sólo la teoría en su carácter de práctica discursiva sino también el puente que tiende a la exterioridad y su interrelación con ella lo relevante en la conformación, no prestar tanta importancia a la secuencia de argumentos de suyo sino apelar a la situación en sí en la que interaccionan no pretende conducir a la falacia del argumento irracional que se pretende como razonado, no se inclina por el lado del cristiano converso, sino que tiene su génesis en una apreciación de lo confuso y disperso de lo que estos procesos se revisten en el imperio de la empiría. Caso grato el de los “argumentos ausentes” , en su sentido arrebatado de abrir puertas hacia nuevos universos de causalidad significativa: el valor de un artículo está no en lo escrito sino en lo que se apunta si se lee cuidadosamente. Al menos esa es mi orientación consciente durante el proceso de confección. Por supuesto, a diferencia de San Juan, no me importa resolver cualquier duda, ya que quien no lee cuidadosamente no duda, bicondicionalmente proposicionando.

Añadamos, por último, la práctica imposibilidad de exponer todas las resoluciones de uno de forma que se siguieran unas de otras. ¿Son ustedes capaces de hacer mapa ordenado partiendo de la emergencia -de emerger- apabullante en la que inexorablemente se encuentran inmersos-inmensos-, no-enterados -de “volverse entero”- y di-vertidos -de “divergencia vertida”- ? Si usted lo medita detenidamente y su respuesta es un sí, debería plantearse seriamente buscar ayuda psicológica. O puede que proveerla.

En todo caso se pueden abarcar totalidades, cuanto menos desde la inspección de determinadas apuntalaciones en su perímetro, del mismo modo que Cristo está en algún modo contenido entre cuatro clavos y sin embargo mora en lo ultramundano. Para ello, y para espantar a los cuervos finalistas que planean sobre mis circunvoluciones humeantes, hablaré próximamente de teleología y teología en lo histórico. Damas y caballeros, los señores Marx y Engels suben al cadalso.

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