por haberme salvado.
Gracias Señor
por haberme enseñado
a redimir el pecado.
Gracias Señor
por haberme enmendado.
Gracias Señor
por haberme rescatado
del rebaño cuadrado.
Gracias Señor
por haberme alumbrado.
Gracias Señor
por haberme transportado
a aquel paso de cebra tan celebrado
aún horas después.
Gracias Señor
por su pelo de trigo bruñido.
Gracias Señor
por haber sido
mi compañero fiel
en el encuentro furtivo
entre mi piel y su piel.
Gracias Señor
por haberla creado.