domingo, 3 de marzo de 2013

La flauta de Pan... Entremeses: Ejercicio mental recomendado para compositores e intérpretes



Es frecuente la sensación de frustración que se padece cuando uno saca una canción que siempre le ha gustado y tiene una mínima base de conocimientos sobre composición, es decir, cuando uno cree entender a grandes rasgos cómo está hecha y por qué funciona. Cuando no se conoce a estructura, la base acórdica de una canción, uno la vive como un algo vivo, dinámico, que no reproduce formas concretas en su mente cuando lo escucha, si acaso una representación en forma de cambio constante e indeterminado, pero igualmente agradable. Cuando se conoce el funcionamiento, los acordes y su correlación con la melodía, uno no puede sacarse de la cabeza la existencia de cada acorde cuando escucha que suena, o que es sugerido. Incluso muchas veces se le representa una imagen mental no sólo de las notas o acordes, sino de su posición en el instrumento o los instrumentos en los que sepa interpretarlos. No es muy difícil evitar esas malas fotografías de posturas de manos y abstraerse hasta el acorde mismo en su escucha, y sin embargo esa frustración sigue ahí, usted ha bajado la canción a la tierra, la posee, ya no puede sorprenderle, sabe que detrás de este re mayor va un sol mayor, y generalmente eso se acompaña con un descubrimiento de que la obra era más sencilla de lo que creía, menos elaborada en términos de incluir consonancias originales, combinaciones estrafalarias de ellas o melodías que salten como cabras montesas de escala a escala. El número de canciones innovadoras en ese sentido irá descendiendo conforme usted aprenda más y más, y los viejos trucos y mecanismos le vayan pareciendo la “normalidad”.

Centrémonos en el ejemplo del re mayor y el sol mayor. Cuando usted los escucha, ya sean parte de una secuencia mayor o simplemente como base de un temita vacilón, se los puede llegar a representar como abstracciones que, en lugar de atenerse a la ejecución instrumental que usted conoce, son acordes en sí, absolutos. Usted escucha la canción y se representa el re mayor, y se le hace evidente que un segundo después, o en un tramo menor de tiempo, ese fa sostenido que es su tercera se convertirá en un sol. Porque así es como se lo representa. Usted puede llegar a entender que el acorde está ahí, pero lo que más llama la atención de un paso de tónica a dominante, si ambos acordes son mayores, es la inmediatez del fa sostenido y el sol que la sigue, dos notas entre las que no hay distancia alguna. Y es que re mayor, y más si está a la séptima mayor, produce una sensación de alivio, de resolución, la resolución más propiamente dicha que se puede obtener, cuando concluye en sol mayor. Pero de que nuestra atención penda de un hilo cuando re mayor séptima está a punto de concluirse no hay explicación posible en clave de teoría musical. Simplemente, está en la “constitución musical” del hombre, es lo que le mueve y conmueve, del mismo modo que hay tipos de músicas, progresiones y melodías que conmueven por lo general más que otras. Muchas personas se sienten conmovidas ante una escucha de Yesterday, de los Beatles, para no ir muy lejos, y muy pocas experimentan ese sentimiento cuando escuchan Valley Girl de Frank Zappa. Y la música, en la que nada es inocente o inconsciente, juega claramente con eso, juega con qué es lo que levanta qué sentimientos en el hombre, y, aunque el intérprete, por no conocer la teoría musical o hacer la vista gorda, no sea consciente luego eso es analizable por otros a posteriori, como todo análisis que se precie. Así pues, no tenemos explicación de por qué una determinada secuencia de acordes hace que se nos salten las lágrimas, otra provoca un nudo en nuestro pecho y otra nos enfervorece y nos deja haciendo headbanging y golpeando las paredes. Podemos decir cómo tienen que ser para que produzcan estas reacciones, pero nunca por qué una reacción y no otra afecta de una manera determinada a la mente. Hasta donde yo sé, y ruego al lector que no haya sido espantado ya que me ilustre, no hay nada en la disposición de la mente o de la música que explique este “enigma fundamental de la música”.

Pero volvamos a re mayor y sol mayor.  Ambos tienen tres notas distintas, que pueden repetirse en diferentes octavas. Sin embargo, de los tres tránsitos de una nota a otra que se producen cuando un acorde pasa a ser sustituido por otro, sólo nos centramos cuando lo rememoramos o queremos representarlo abstractamente en el dichoso fa sostenido. Y la explicación es, de nuevo, que somos así. Si tuviéramos otra disposición mental, u otro “lo-que-quiera-que-nos-haga-sentir-así-la-música” podríamos “sentir” mucho más cualquiera de los otros tránsitos. Podríamos ver la secuencia de acordes, imaginando que nos los imaginamos con todas las notas en octava posibles, o con el máximo número posible de ellas, como un paso de un re agudo a un sol, por ejemplo. En vez de un “chimpún” o una conversión a un algo más agudo o más completo, porque completa al fa sostenido al volverlo sol (y es que esa es otra ley sin explicación efectiva, que en dos notas que no separa nada la segunda se entiende siempre como “completación”, “resolución”, de la otra), lo veríamos como un amplio paso a algo considerablemente más grave, de un re a un sol corre bastante distancia. No sería una resolución dado que la nota segunda en la que nos fijamos no está un semitono por encima, sino que sería una bajada pronunciada en una hipotética escala. El problema es que si nuestra forma de percibir mentalmente los acordes cambiara se alteraría nuestra sensibilidad musical, y quizás Cannibal Corpse no haría llorar de emoción, y esto es tan extremo que es una metáfora (hablábamos de música), pero no del todo. ¿No tenemos salida a nuestra miserable condición humana entonces? Pues no, porque si nuestra sensibilidad, la parte de las emociones ligada a las notas, viera la canción de otra manera, buscaría otro punto de “resolución”, otro paso de tónica a dominante (aunque la tónica sea “la” y la dominante “mi bemol”), y lo volvería a entender todo supeditado a ese cambio de acordes, porque la música (en tanto que armonía clásica, dodecafonías o serialismos aparte), para tener sentido y una sistematicidad estructurada, necesita una resolución que sea jerárquicamente superior y que todo orbite en torno a esa clase de resolución por excelencia. En definitiva, algo muy semejante al aparato teórico de la armonía tal como ahora lo entendemos volvería a erigirse en abstracto, por necesidad. Pero las canciones que conocemos, si permanecieran inalterables, sí que las oiríamos de forma distinta, completamente distinta, aunque usaran las mismas notas y pudiéramos percatarnos de que cada nota está en la posición y distancia de las otras en la que hoy entendemos que está.

Trate de hacer el ejercicio mental de cambiar las notas-eje de sus representaciones de acordes y melodías cada vez que saque/entienda una canción nueva ante cuyo anterior misterio guardara simpatía. He comprobado que, pese a ser difícil, y no siempre funcionar del todo, puede elevarle a un nivel de abstracción, o degenerar en una actividad intelectual tan intensa que el enigma se recupera parcialmente con el cansancio. Le hará entender cómo, pese a toda sistematización hecha por académicos en sus laboratorios, la música condensa todo el enigma primigenio de por qué somos como somos.

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