El Evangelio de San Juan es tan poco canónico que resulta tan interesante como entrever 'Gárgoris y Habidis' mientras la nación se desvanece y el lector interioriza aquella máxima del autor al fin del primer volumen: " españolito puede que tu camino y el mío se estén separando".
La idea de Dios tiene poder sobre la materia y, por lo tanto, el dogma no repugna a la vulgaridad del mortal honrado. Consciente de ello, un joven de 17 años inauguró su sacerdocio de poeta y samurái con los siguientes versos de arranque en lo que configuraría su primer poema: "Siempre la claridad viene del cielo;/es un don: no se halla entre las cosas/ sino muy por encima, y las ocupa/ haciendo de ello vida y labor propias."
Los anteriores versos pertenecen a Claudio Rodriguez. De una manera tan magistral arranca su primer poemario, 'Don de la ebriedad'. No existe poeta ni poemario tan original, lúcido y apasionante como este. Jamás autor alguno supo tan certeramente dar en el centro de la diana sin cumplir la curva de los dieciocho. Arthur Rimbaud pelearía cada verso de ese cisma lírico llamado 'Don de la ebriedad'.