Al tacto la luna de tus caderas grava las soledades del juglar que prende en mí con la tímida torpeza de la noche que se escapa y el temblor cutáneo en el hábito fiel de nuestros vicios.
A estas horas pálidas la noche invita a sofocar la ceniza desatada de un férreo incendio: gateas por mi soledad como quien atraviesa una casa vacía segura de ser mecida por la saliva y el sudor que segregan nuestros cuerpos como un océano.
Los dos convenimos que tu piel encendida pide a gritos la compañía de un fósforo llameante.
Madrid amanece y aún nos parece inédito los subterfugios del beso.
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