Alguna vez los senderos del laberinto convergen en el mismo punto: la trágica erosión de un porvenir condenado al pretérito perfecto. Al cabo de los años, las invisibles conjeturas del tiempo se transparenta en la evidencia de lo ilegible.
En el jardín de las hespérides la diáspora del mantra canaliza la sed mientras la diáfana luz sempiterna -tibia y ajena- se mustia arrastrando la senda indigna de la inefable virtud, la misma calidad que tu ciudad, idéntica y distinta cambiada por el tiempo.
La serpiente o la musa anhela con impaciencia la infinita descarga que la redima de su vana tarea: miserable en la noche, se afirma en la sustancia fugitiva del tiempo.
Su rostro es el vívido círculo de una lámpara.
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