Estos últimos días luminosos a ras del suelo parecen el estertor de la propia alondra: apenas el crepúsculo puede separar la intensa sombra donde se confunde un instante el rayo y el resplandor.
Persiste la triste agilidad con la que se deshace la sempiterna enredadera de la bruma por la represión inicial del canto rodando.
Para el azar se refresca la juventud híbrida crecida en la suplantación del orgasmo sobre el solitario múltiple terraplén del erotismo.
Maldita sea, esto se nos escapa de las manos.
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