Como una suerte de profecía o mantra de autocompasión nos repetimos que, abatidos por no lograr nuestras metas en el tiempo presente, todo aquello que nos propongamos lo haremos mejor en el futuro.
Pero, a menudo, olvidamos que la eternidad es un instante y que nuestros besos comunicantes se atrofian de bifurcarse hacia un mar residual de agua estancada cansada de sí misma como se desesperan las julietas mientras se desenamoran cuando los romeos se demoran.
Seguros de hacer lo incorrecto nunca hay suficiente reglas para sortear a la vida real en pos de lo más parecido a la felicidad que sabemos regar El árbol de la Ciencia del Bien y del Mal como los acantilados rugen a las olas.
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