sábado, 15 de diciembre de 2012

Oratoria de Sekhmet.





La literatura pone nombre a las emociones como los científicos a las enfermedades.


Siempre hay un techo -aunque sea provisional- donde guarecerse del aguacero. Más aún cuando nuestros vasos comunicantes nos llevan a frecuentar ciertos arrabales a esas horas intempestivas en que el alma necesita cualquier pirotecnia analgésica.

El pulso se acompasa a rastras tras el cálido son de esta alianza otoñal desparramada por el piso. Jamás un cuerpo resistió tanta resurrección: no maquilles tanto la verdad, aligera el hambre al sustento....: fagocítate.

El ruido del gemido tras la puerta se ahoga en un ronroneo de maullido autista en el fondo del sótano cercándonos en nuestro propio metro cuadrado.

Nuestras propias palabras enmudecen como animales humillados por el remordimiento mientras aprendemos a saber apagarnos sin extinguirnos.

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