La voluntariedad de nuestro encierro poético se da la mano con el mar de abundancia de nuestra cuenta bancaria: somos lo suficientemente adultos para cortarnos el pelo e ir a misa.
Y seré yo el que de buen grado acepte al ingrato que se arrodille ante mi rogando la misericordia y el perdón divino: ya soy el verbo hecho carne, el enviado, el mesías, el salvador...
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