Mientras mamá Inés sigue en la necedad de la mujer ocupada en casa o al tito se le sube el anisete, la prole se desabrocha el cinturón consciente de la desenfrenada ingesta de porquerías que han engullido.
No es una novedad que la navidad ocupe un lugar en nuestro corazón, aunque en este caso llegué mal y pronto. Sin embargo, para alegría de los desconsiderados precoces, que ensucian su cara con
los sueños enaltecidos por el polvo de una cama, que se estrena en un fin de año vulgar (nosotros brindamos por su suerte), es hora de premiar la sencillez de una cena copiosa en familia.Es hora de preparar el horno para cocinar nuestras doscientas rosquillas.
Mándame alguna, y que sea como las de Homer!
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