El maestro Dragó reveló en su momento, no recuerdo
dónde pues me es difícil llevar un seguimiento de mi propio seguimiento, que
él nunca escuchaba música. Que, ya caminara por la calle o estuviera en su
casa, nunca había nada que rompiera, que destruyera el silencio en el que se
recogían sus interiores. Si yo hubiera podido escindir mi vida en dos o, mejor
dicho, multiplicarla, porque escindirla aún puedo -que no he llegado aún a su
ecuador- dedicaría una íntegramente a la música y otra íntegramente al
silencio. Pero esta única y humilde existencia mía se acerca más al primero de
los términos, al del barullo constante, la inmersión en los océanos de la
melodía ininterrumpida, diaria, rutinaria, y, es más, creo que si no se está en
ese estado de contacto, de embriaguez casi mareante, no se puede construir nada con las propias manos. Pero me gustaría también dedicar una vida al silencio porque creo que
ahí es donde se puede encontrar una leve elevación del nivel de conciencia, de
donde se puede aprender algo.
La música tiene un componente lírico, pero del estrictamente
musical no se puede extraer nada. El espacio que abre es plenamente externo, no
evoca nada, nada retrotrae, nada conmueve en nuestro ser real. Nos lleva como
al joven Lovecraft lo llevaban en sueños las alimañas sin rostro, cual
Discovery 1 a punto de acercarse al misterio elemental, nos conduce a terrenos
de los cuales nada podemos extraer, cruzamos pasajes completamente
desconocidos, desligados de nuestra actual comprensión del mundo, y luego
volvemos sin poder pronunciar una sílaba de lo visto… que no sea entonada. Nada
que ver con la meditación, la introspección, el palpitar de corazones que
teorizara Cage cuando componía silencios. Nada de crecimiento, nada de mejora
personal, nada que no opere sobre emociones momentáneas ante las cuales nos
encontraremos sustraídos o no en función de nuestro vulgar contexto cultural.
Nada a largo plazo. Ninguna verdad. Y, cuando nos conmueve, cuando más nos
gusta, suele ser cuando no está elaborada, cuando no reluce intelectualmente
como un sol, cuando no es un constructo complicado, cuando no se aleja de los
cánones, cuando consiste en los cuatro eternos acordes cuya progresión
matemática no deja espacio a la indiferencia, y que podrían resumirse mejor en
dos, o incluso (y esta clase de música nos hace entrar en una relajación casi
animal), uno pero con leves matices, o una serie de octavas que titilan en la
noche, un zumbido fuerte pero inaudible y, cuando por fin nos sentimos
relajados y empezamos a respirar un aire frío y puro, silencio, grillos,
silencio.
El silencio es el muro que rodea a la sabiduría. (Refrán Árabe)
ResponderEliminarSe necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. (Ernest Hemingway)