El tedio inoportuno de un reloj que tintinea
desata la perspicacia en el delirio.
Aquella que horada la superficie univitelina
por no implantar la soga.
Lo llamé amor y me entregué rendido,
a un traje de pellejo que me exhalaba,
en la desigualdad de la lucha irrazonable
e improcedente cambio de barajas.
La llamé amor como intento
de bagaje animal.
Y me imitó.
A quien se le ocurre decir esa palabra...
ResponderEliminarMuaa!:)
qué barbaridad! de piedra me has dejado...
ResponderEliminar:) un saludo
Pues para sacarlo de ahí...
ResponderEliminarNo es fácil.
¡Oh, qué dicha compartir su tiempo!
ResponderEliminar¡Oh, qué privilegio para esta media-neurona-despierta
haberlo contemplado en movimiento!
Bueno, majete, todo lo demás: "Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un escalvo, un siervo".