Me hallaba en la consulta de la ginecóloga extrañado, como
viviendo en un reino que no me pertenecía. Era maravilloso, ni un hombre a la
vista. Todo hecho para mujeres. Desagradable, sí, la impresión de que todo el
mundo me mirase, como preguntándome qué hacía allí, pero por fin la enfermera
dio mi turno y entré.
La estancia era muy acogedora, también. A mí no me ponían
nervioso los aparatos esos diseñados para… para vete tú a saber qué están
diseñados, y sin embargo, allí estaba ella, mi desequilibrada favorita, la
persona menos cuerda que conozco, la Ginecóloga. Sonreí y nos abrazamos como
viejos amigos, como personas que se encuentran después de hace mucho tiempo.
Estallamos en carcajadas; no era así, nos habíamos visto
hacía muy poco. Una broma típica y trillada para romper el hielo. Le pregunté
cómo había acabado la noche. Como siempre, ella rió y desvió la vista un poco
para otro lado, indicando que si me lo contaba, se pondría en evidencia.
Le
devolví un gesto amable, pensando que, de todas formas, ya estaba en evidencia.
Que a mí no me engañaba y yo ya sabía de su carácter. Se lo dije, con un tono
de broma, para no enfriar la conversación y no herir sus sentimientos.
- Bueno, sí, ya sabes… pero bueno, no te creas que todo esto
cae en saco roto. Lo hago por un motivo – su cara se puso un poco más seria. – De hecho, que estés aquí me viene muy bien…
- ¿Y eso? –
- Bueno, ya sabes. El gobierno está haciendo recortes, así
que esta consulta de ginecología y un par más de la ciudad vamos a estar dando
consultas gratis de ginecología durante un tiempo.
Especialmente, las daremos a
chicas jóvenes… Como a ti te gustan, jijiji… Sin que se den cuenta, las
embarazaremos. Así tendrán que venir muchas veces más, durante un tiempo. Eso
nos sacará de la crisis, además, imagínate qué delicioso, esas caritas
desesperadas diciendo a sus madres que no tienen ni idea de cómo se les metió
eso ahí… ¿Sabes? Muchas personas creen que debe haber una razón consecuente para hacer algo malo. Y no hace falta, a veces, sólo el placer de estar haciendo algo incorrecto, tan sólo... la idea... - (y estalló en carcajadas)
No veía la relación conmigo y así se lo dije.
- Venga, hombre. Te he llamado porque se me han acabado las
reservas, y me imaginé que tú vendrías inmediata y puntualmente. Y que no te
asustarías, como otros, si te saco un vaso.
- ¿Qué? ¿Perdona? ¿Me vas a hacer irme al servicio solo y
devolverte un vaso? Creía que teníamos confianza.
Me miró, lasciva. Yo acababa de enseñar mis cartas, era
arriesgado pero oye, quizá fuese la única vez que tuviese oportunidad de decir
algo así. Puso cara de asco y se dirigió hacia mí. Yo pensé que iba a matarme,
pero sólo me empujó contra una especie de camilla, uno de esos aparatos raros,
y con una habilidad sorprendente me desabrochó los pantalones.
- Avisa, ¿eh?
Me corrí en su cara.
Son finales, supongo, que estaban deseando aparecer ahí, o mejor dicho, son finales que necesitaban un cuento, o, en resumen, nada podía hacer para camuflar ese hecho, vive Dios que lo intenté. Pero la sociedad debe saber del desequilibrio de las ginecólogas...
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