domingo, 23 de octubre de 2011

Aquel Adán que inspiraba a Eva.

Debe comprender que todo fue un plan de huida, magistralmente estudiado por dos mentes que dejaron de cuestionar su propia existencia. Coaccionados para comprender obligaciones al fingir un par de sonrisas sobre un medio perfecto (totalmente inerte).
Sus aventureros corazones rugían fuertemente con cada traza sobre el plano que describía con precisión la evasión.
Pronto todo estuvo listo para la partida.

Esta vez el amor fue capaz de batir a la prominencia.
Adán con su amante la ardilla caminaba algo distante de Eva, acompañada de su última pareja formal. Un mamut de buena posición (un auténtico portento).

Próximos al conducto que les conduciría a la libertad, decidieron retener una última panorámica del paraíso que se extendía tras sus pasos. Se besaron como nunca antes lo habían hecho:

Mamut — ¡Oh, Eva!
Eva — Querido mio, no te atrevas a aventurarte sin mi en la lejanía.

Adán — ¡Oh, ardilla!
Ardilla — Querido mio, yo seré tu soledad.

Dispusieron que fuera Mamut quien liderara el grupo por sus dotes de carisma y liderazgo demócrata. Para su desgracia, una vez fuera del escarpado canal, este huyó espantado recluido a los más íntimos confines de su instinto animal.

Nada se supo de ardilla.

Únicamente el raciocinio imperó en el nuevo mundo. Para colmo Adán había olvidado el pic-nic y ninguno de ellos sabía cocinar.

Retrocedieron al paradigma de la autosuficiencia (tierra de lobos).
Un encuentro en un simple “no sé qué hacer”.

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