martes, 30 de octubre de 2012

Lica y media.



Los hombres redimidos que se han salvado de la horca predican la fe y la salvación eterna y aún tienen la desfachatez de hablar de libertad de expresión.

Bizquean las farolas de los sueños míos mientras en su patio caen las pinzas de la ropa de algún dios. Todas las figuras imprecisas que se vuelven hacia mí son las sombras implacables de un hechizo que se asentaron hasta destrozarme.

Recién comprendo bien la desesperación que te revuelve al gemir, milonga, gloriosa y mistonga, acariciaste el anochecer y zarandeaste el diapasón de una traición. De aquel pasado malevo y feroz conservo el rojo de la noche. ¿Son tus ojos quizá o en tu andar se estremece mi voz?

Arrastras un dolor de bestia perdida que huye desesperadamente del puñal mientras soñás que te dormís mientras el mundo entero sigue yirando y yirando ignorándote.

Hasta que rompa el alba sólo hay una verdad que prevalece: somos la consecuencia de lo que hemos ido abandonando.
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