lunes, 25 de noviembre de 2013

El adoquín de Marx



Querido Carlos Marx,


quien de verdad te conoce sabe que tú no eras uno de esos aquellos socialistillos malévolos que promulgaban el hambre para todos en lugar del pan para algunos. Quien te conoce sabe que, aunque nunca le decías que no a un buen chuletón con chucrut o a una criada con escote, lo tuyo era más sed que hambre. Tu sed proverbial está de sobra documentada.  Por eso afirmabas que la revolución debía empezar en Alemania, porque era un país con capitalismo avanzado y, sobre todo, con una industria cervecera que no tenía nada que envidiarle a aquél. Lenin, amo de un país que no era aún ni capitalista (y cuyos licores quedaban a años luz de los de tu tierra) sabía que la intentona no funcionaría si quedaba restringida sólo a Rusia, que no tenía ni dónde caerse muerta, y esperó en vano muchos años. ¡Qué lástima que en los lugares donde se aplicaron tus ideas, querido Carlos, no hubiera ni para los aperitivos! Imagínate qué patatero (o bananero) habría sido el advenimiento del postre, de ese dulce comunismo de la postrera hora.

A ti lo que te iban eran las jarras colisionando al son de la Internacional, las óperas populares de madrugada, los bailes sobre las mesas y las patadas a las mismas si provenían de cadenas de montaje y no de artesanos que se realizaban haciendo su trabajo. Lo del opio del pueblo era una licencia poética: toda riña o escándalo estaba justificado si los ebrios festejos conducían a un atentado contra el Sistema (sobre todo el digestivo).

Por ejemplo una noche, según cuenta tu colega Wilhelm Liebknecht en sus memorias, fuiste de bares con unos amigos, lo que era tu pan de todos los días (aunque el pan era lo de menos). Esa vez decidísteis hacer un tour cervecero que culminó en una proclama, cortesía de tu fuerte acento teutónico, sobre la superioridad cultural germana frente al filisteísmo inglés, si me permites el neologismo (a Lenin se lo permitían). Todo esto en medio de una party de Oddfellows. ¡Cómo se te ocurre! Tuvísteis que poner pies en polvorosa, y la fiesta acabó con la clásica prueba de lanzamiento de adoquín hacia las farolas. La policía, que se había quedado con tu cara, lanzó contra ti las fuerzas represivas del Estado burgués, de las que te escaqueaste por un sórdido callejón.

Y luego te dicen defensor del Estado, ¡tú, tan libre de pecado que tiraste la primera piedra! (y la segunda, y la tercera...). Tú, para quien el Estado era cosa muy transitoria y deseabas quitártelo pronto de encima, igual que estabas deseando dejar de ser marxista (pues eso significaría que habría llegado el comunismo), y en cambio tuviste que serlo toda la vida, hasta que no sólo dejaste de ser marxista, sino también Marx a secas.

Muchos dicen que el marxismo murió contigo y que todo lo posterior es fanatismo, incomprensión, maquiavelismo puro y duro. Otros, por el contrario, te echan la culpa de cualquier cosa que se haya dicho o hecho en tu nombre después de tu muerte. ¡Así es muy fácil! Piensan que iniciaste un retroceso en la historia de miles de años, que trajiste de vuelta el imperialismo y el despotismo, que tus adoquines sólo buscaban dejar la calle en sombras, retornar al oscurantismo, institucionalizar la delincuencia, volver a la estufa y las velas, erradicar la seguridad cívica y jurídica que habíamos conquistado con tanto esfuerzo. Que eras un gamberro, vaya.

Hay, sin embargo, quien te honra y venera como uno de los primeros pensadores contemporáneos, como uno de los pioneros en cerrar la boca a los franchutes pedantes de la Ilustración y abrir la puerta a los franchutes pedantes de la posmodernidad. Tal vez tus adoquines se dirigían no contra la luz en sí, sino contra el Siglo de las Luces. Tal vez te asfixiaban esas calles coercitivamente ordenadas, esa técnica alienante, esas sociedades hipócritas, esas legiones de mendigos iluminados por luz artificial, mientras que tú llevabas un sol en el corazón. Los rebeldes de Mayo del 68 te copiarán la ideíta, aunque los comodones del 15M, en lugar de arrancar los adoquines, los usarán como asiento (y se sacarán unas cervecitas: "sobre los adoquines, la playa").

Siempre fuiste un David contra un Goliat. Un teórico brillante echando unos tiritos intelectuales contra un enemigo tan alto y tan poderoso que, por bien atinado que estuvieras, no le provocaban al monstruo más que un par de quebraderos de cabeza geoestratégicos. Si Ludd se cargaba las máquinas de las fábricas y tú el alumbrado público ¿contra qué debe descargar su rabia el pensador que este siglo necesita?

Ese es nuestro problema, querido Carlos:  necesitamos a alguien que teorice nuestro tiempo con la finura que tú tuviste para el tuyo. En palabras que con toda seguridad entenderás, hace falta que a alguien se le encienda alguna bombillita.  ¿Por qué, si puedes explicármelo, rompiste todos los faros?










PD:  Se rumorea que aquella infausta noche te propusiste tomar una pinta, junto a tus compadres Bauer y Liebknecht, en todos y cada uno de los bares entre Oxford Street y Hampstead Road. ¿Es eso cierto? De serlo, no se contaron menos de dieciocho. Maravillosa proeza digna del récord Guinness. O el Heineken, como tú prefieras…



2 comentarios:

  1. El 28 de agosto, pero de 1844, los autores del Manifiesto Comunista fueron a beber en Francia en una borrachera épica y de época, de donde nació este libro que cambió el mundo moderno.

    Karl Marx y Friedrich Engels eran unos veinteañeros, aunque ninguno era un novato en las cantinas. Marx demostraba talento en el terreno de la cerveza en la Universidad de Bonn, donde presidía el “Club de Tabernas.” Posteriormente se metió en la filosofía y se cambió de escuela, convirtiéndose al hegelianismo. Durante su doctorado se iba a liberar las presiones con unas vervezas en compañía del filósofo Bruno Bauer.

    Engels, mientras tanto, fue el primer socialista que gustaba de la champaña. En esa época se embarcaba a Francia en lo que sería un mes de compra de vinos en grande, según su biógrafo, disfrutando del cancan al calor de la revolución. Era 1845. En aparente contradicción, Engels era un industrial y un comunista, que al mismo tiempo aprendía el negocio de la familia en Inglaterra, aunque al final escribiría en esa época sus reflexiones sobre el trabajo infantil y las condiciones miserables del trabajo para el capital.

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  2. "¡Ahora a tomar cervezas y a vivir. Salud compañeros y compañeras!" http://www.libremercado.com/2012-02-19/los-sindicatos-llaman-a-la-movilizacion-mientras-estan-en-el-ojo-del-huracan-1276450542/

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