viernes, 8 de noviembre de 2013

Tardes de una pelirroja (III)


Me icé a su lado sobre la balsa. Se volvió hacia mí, se sacudió tiernamente el pelo y esbozó una sonrisa. Ninguno de los dos rompíamos aquel silencio. Luego nadamos juntos sin alejarnos demasiado de aquella balsa. Agotados, jadeábamos tumbados sobre lo que parecía ser una vieja almadía. "Soy más morena que tú" me dijo. No supe que contestar y quedé así. El cielo proyectaba un azul y dorado exquisito. El silencio del mar chocaba contra la madera de la embarcación en un tintineo repetitivo pero sin ritmo. Le besé, pero mal. Ella fingió romanticismo y agarró mi cabellera húmeda. Precipitando el erotismo nos fuimos de nuevo al agua. Le invité a cenar cuando torpemente enderezaba la inestable barca. Contestó afirmativamente con indiferencia. La brisa erizaba nuestros cuerpos fríos. Sin quererlo nos abrazamos. Hablamos con desdén de la providencia de nuestro encuentro. Nunca fuimos buenos actores. Recurrimos al mutismo cuando no había nada que decir. Resultaba cómodo estar así. Improvisé algo de Bogart. Ella tenía el perfil de Hepburn. Un viejo pesquero faenaba en el horizonte. "¡Qué hermosa mañana!" adiviné a hablar. Inspiró profundamente como respuesta. Evitamos durante un tiempo el contacto de nuestra piel. Me libré de mi cínica a medida que me incorporaba. Jugué a ser funámbulo durante un rato. Ella reía. Le solté que no era un buen cocinero. Me lancé al agua zambullendo mi espiración y mi ruina de Don Juan.

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