miércoles, 23 de enero de 2013

De neoliberales y gorilas


Se ha criticado mucho a la teoría política de este pasado siglo que quiere dar una serie de respuestas radicalmente distintas a una hegemonía política radicalmente similar, que si cambia sólo es en grado e implementación, no en sus principios. Si estos principios no cambian es por una razón muy sencilla: apelan a lo fundamental, a la etapa primaria del desarrollo de la psique infantil en la cual el ego es lo único que importa, a aquella insatisfacción individualista que perpetuamente conduce a mostrar a los otros la superioridad propia. Hablamos de lo más sencillo del mundo: ser indulgente con uno/a mismo/a. Darse caprichos. Buscar ser el espalda plateada. Pasarlo bien. Cualquier opción distinta implica progresar hacia la etapa evolutiva en la que el niño es capaz de alcanzar un cierto nivel de abstracción y consigue interiorizar el código ético que ya conocía, y lo convierte en una u otra clase de ser moral que aprende a considerar al otro como un fin abstracto. Aunque evitar esa fase directamente conduce a la psicopatía, debemos plantearnos si la cosmovisión de muchos no sirve sólo para apagar las dudas sobre si es merecido tal liberalismo, si no puede ser fruto del estancamiento afectivo más que de la introyección de un código universalizable sobre el obrar. Es difícil, desde cualquier punto de vista, oponer sustanciales diferencias a la voracidad de un niño interior que ya no debería ser tal, pero que se ha aferrado a esa psique más tiempo del que le estaba permitido creando un conflicto afectivo con un mundo demasiado complejo, que posee elenco de reacciones humanas ante los acontecimientos demasiado amplio en comparación al suyo. La perpetua ostentación y valoración del derroche que habitamos hace parecer toda otra postura una invitación a un ascetismo monástico, a una turbulencia espiritual constante. El conflicto interno del “niño egoísta” con su planeta bien puede ser dominarlo, erigirse en rey de él y disfrutar por la fuerza de sus frutos. ¿Se requiere entonces una especie de superego masivo, una autoridad, una moral pública expansionista? Freud previó algo parecido hacia el final de su vida, en 1929, y la historia no tardó en intentarlo, desgraciadamente.

 Bien es sabido que mientras exista dominio forzado, respeto comprado, existirá algo que no cuadra, algo conflictivo, aunque los lugares enfermos están diseñados ex profeso para desdibujar esta situación y hacer parecer natural a los sujetos lo que es forzado. Lo triste es que como especie parecemos ser también un “lugar enfermo”, y rara vez mostramos poder superar las ramplonas categorías psíquicas en cuyo molde encajamos a la perfección.


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