miércoles, 25 de julio de 2012

Cadencia de nocturna soledad.



El delirio de la noche en su sombra violácea piruetea inconsciente del alarde que desprende la íntima brillantez tenebrista sobre el alféizar de Verónica. Cualquier coartada de entrevero y taura aquieta a la coqueta pebeta mientras crepita la ceniza de la pérdida y archiva en el lacrimal la constelación de su pupila láctea. Desconsoladamente triste (como glotón gorrión habanero hambriento de los nervios sin alpiste que piar) sabe que la diáfana luz sempiterna -tibia y ajena- se mustia arrastrando la senda indigna de la inefable virtud.

Escombros son los rescoldos del barrio que alumbró a los amantes sordomudos. Recostado en la vidriera el marchito yuyo de cariño bajo la trágica erosión de un porvenir condenado al pretérito perfecto. A través del olvido avivamos la pureza de la memoria como el torso desnudo de un naranjo en flor preñado de intacta humedad de azahar.

Dada la evidencia de carencia de hormigueo sentimental un rumor de cama nido revolotea alrededor del trovador bombardeándolo. Algún 2/4 decadente afinará sobre el juguetón fuelle que rezonga la vieja cadencia del cantor aquejado por el zurdo pulmón.

Para el mishio la mistonga evocación agoniza como el hundimiento interminable del Titanic se antoja una macabra mueca espectral. Porque lo que un día se presentaba como esperanza de moneda de cambio ahora no es más que brisa correntina.

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