Si buscáis los máximos elogios, moríos. Si halláis un soliloquio acorde con vuestro ritmo circadiano, rescataos. Cuando el azogue de la vida cotidiana os apriete el gaznate reiros y salid por la tangente preguntando a la concurrencia de la rúa parajodas limeñas edulcoradas de pimienta británica...: << ¿Qué culpa tuvisteis los judíos en todo esto?>>
Hay difuntos microbios haciendo cola por mear
en el servicio del bar de la moda. Hay asuntos cuchicheándose entre marías que,
bronceadas, marcan a fuego a las lagartas ladronas de novios.
De todas las cosas que oímos, ¿qué
escuchamos? Absolutamente nada y será mejor así sobre los pinares del puerto.
Porque, la forja de un rebelde aquí yace; y, ¡eh! yace bien.
Hay discotequeros soñolientos haciendo de
tripas corazón ante la morenaza que tienen a su lado de semiraperonosetoca. Hay
camioneros atentos al naripa de los refrescos por si tras una cruzcampo pueden zamparse sus patatas fritas onduladas sabor jamón.
Nos acunamos en el cristal entre los brazos
del aire sin saber cómo. A veces nos quieren todas menos nuestra mujer.
Hay litronas tan calentorras como los labios
de la macizorra que las apura. Hay merendolas que se eternizan tanto como una
corrida en el agua.
Cualquier epitafio niega la verdad de la
vida. Por ejemplo, en el pasado derbi con el Atleti, el Real Madrid aceptó desde la
alineación ir a la guerra.
Hay presuntos premios reservados a segundones
adictos a hacer el martes con parapentes submarinos. Hay conjuntos molones
bastante trasnochados que pierden la prueba de sonido por perseguir melones a
lo largo y ancho del chiringuito.
En muchas ocasiones los playeros de la costa
gaditana abandonan su tumbona para correr al aeropuerto más cercano y
peregrinar hasta la tumba de Jim Morrison.