domingo, 19 de enero de 2014

Instinto grupal, II

Primera parte





Para los legos en la materia repasaremos, antes de avanzar en nuestra tesina, algunos aspectos del liberalismo clásico, no vaya a ser que su primer contacto con estas ideas sea vía “La Rebelión de Atlas” y crean haber descubierto América en el reggaetón.
                                                                               
Los liberales acostumbran a creer que la política no debe basarse en proyectos colectivos de proporciones colosales, sino en acuerdos entre sujetos libres de coerción. Para ellos, defender ideas como las de "pueblo", "Estado" o "nación" es un error intelectual o una bajeza pasional que provoca la persecución de fines grupales donde sólo los individuales tienen cabida. Esto conlleva, en último término, la desaparición del Estado como lo entendemos hoy, en tanto que garante de prestaciones gubernamentales elegidas por las mayorías, y a su sustitución por la caridad privada o, en caso de no darse ésta, la ausencia de cobertura social.

Aquellos que creen en la política como un juego de fuerzas y mayorías son, para el individualista, fanáticos potenciales que tienden a identificarse con abstracciones mucho mayores que ellos y a colocar en ellas el sentido de su vida, cual creyentes en un mundo de ateos. Si no se puede explicar qué diantres es "el pueblo español", ¿cómo va a buscar la política "el bien del pueblo español"? ¿Cómo me entero yo de lo que necesita "el pueblo español"? ¿Acaso tiene una lista de la compra? ¿Adónde nos puede llevar semejante entelequia si no es a la ruina? Ser realistas consiste en reconocer que la naturaleza está basada en individuos, que la sociedad avanza gracias a los proyectos individuales, y que las generalidades, aunque quedan muy bien cuando se plasman en un poema, no deben ser tomadas tan en serio como dilapidar el dinero de los ciudadanos por ellas.

En efecto, muchos liberales se asocian, y lo hacen libremente. Algunos, los más honestos, no reciben por ello subvenciones del Estado. Otros reciben subvenciones de otros organismos que no son exactamente del plano político. Pero la mayoría están convencidos, como lo está cualquier depositario de una ideología, de la verdad de su credo.  Una ideología que defiende que hasta el momento presente toda la historia de la humanidad ha sufrido un fallo estructural (la existencia del Estado, del proyecto político común...) parece un gran esfuerzo teórico. Es difícil que sus defensores se tomen en broma una cuestión histórica de semejante calado. En realidad, todas las ideologías comparten esa característica, la de opinar que sin ellas el mundo anda muy perdido. Y, salvo algunos conservadurismos, también coinciden en que, hasta su aparición, el mundo incurrió en un grave error del que no había tomado conciencia aún.

Los partidarios del liberalismo individualista no van a ser menos: su radicalismo conduce a muchos, en un marco europeo de medidas de austeridad crecientes, a asegurar que la época en la que viven no está haciendo casi nada en pos de sus ideales. Presuponen que, si no se consigue todo de golpe, no se ha avanzado nada.  De hecho, la mayoría son críticos con los gobiernos que llevan las riendas de estos procesos de privatización, sobre todo por no acelerarlos al máximo, obviando que en casos así se debe proceder con cautela, pues tales procesos son, habitualmente, contrarios a la opinión de la mayoría y se justifican a menudo con la excusa de una coyuntura económica ineluctable.  Esta oposición tanto al signo de los tiempos como a sus críticos los une frente a un enemigo común que abarca gobierno y oposición, lo cual, como pronto veremos, es el primer paso hacia una cerrazón gradual ante amigos y enemigos.



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