viernes, 9 de agosto de 2013

Pareceres

Cuando uno reconoce señales de pareceres parecidos en el abismal espejismo de una mente diferente tiende a reconocerse en sus recovecos, tiende a la empatía, la cofradía de camaradas en lid, de guardaespaldas del Cid , a ser capaz de dejar que el otro le cubra las espaldas con las espadas en contienda común. Aun bajo el presupuesto de que ha habido siquiera dos segundos bajo condiciones socio-políticas iguales en la historia de nuestro planeta, que si tanto ha sangrado quizás sea por la ausencia de ellos, sólo se comprende que uno encuentre un sujeto político igual si cree que un orden pasado o presente es en esencia el óptimo. Hablamos de (n)ostálgicos, ejecutivos, fascistas y bardos a sueldo.

Todo el mundo sabe en qué mundo no quiere vivir, uno tiene permiso para describir en todas las redacciones de primaria que quiera cómo es el mundo deseable, pero da igual. Uno desconoce qué medios hacen falta para alcanzar toda la grandeza de esas ideas a partir de un sucio punto histórico inevitable. Uno desconoce el curso de la materialidad traicionera, que sólo podrá ser paliado de forma torpe y en caso de mediar un grupo entero de especialistas de intenciones totalmente desinteresadas que estuviera decidiendo todo el rato sobre las consecuencias, sobre hechos seguidos de hechos, no sobre premisas. Ahí es donde radican las purgas, las deserciones, la guerrilla. Quizás un glorioso día pudiéramos ponernos de acuerdo sobre los fines, pero los medios dependen de factores como la opinión generalizada sobre la situación presente y ahí el consenso es poco fiable, por serlo la generalización.

En cualquier traspase de poderes las purgas, etiquetas y compartimentos sólo son repartidos de forma distinta, la sociedad sólo puede cambiar de forma, no dejar de existir (por más que lo repitan eternamente los zoquetes thatcheristas de hoy y siempre, remitiendo sus ideales a una época anterior a la obra de Weber y su subversiva prole). Si aparecen nuevos fenómenos humanos que no podemos prever, se consignarán, a menos que conlleven su correspondiente censura científica, en cuyo caso la labor sólo queda pendiente, no suprimida. ¿Es posible para proseguirla encontrar una ciencia de los fenómenos sociales que no dependa de la cosmovisión de la élite (o masa) que gobierne? No sé ustedes, pero yo no daría un céntimo por ningún partido que negara esa posibilidad sub specie aeternitatis, aunque tampoco a uno que la considere efectiva sin mostrarla al mundo de una vez.


En cuestiones de votar, siempre es sencillo hacerlo por presión, definir en negativo qué no se busca en el poder y achacarlo a un programa a detestar. Pero votar es moralmente vertiginoso si se pretende que, además de su labor opositora o clandestina, el Partido escogido pudiera estar a la altura si consiguiera la máxima de sus aspiraciones electorales, hasta el infinito y más allá. Ahí es, efectivamente, en la toma de feudo, donde se juega la lotería babilónica, y es por cierto un hecho psicológico probado que suele resultar placentera la sensación de herir a un ser querido cuando el agresor, contra su voluntad, cree que tiene que rendir cuentas ante el deber.

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