El viento del verano
se abate sobre el pueblo
morada de salitre y algas,
morado de ladrillos húmedos.
Ha pasado un siglo desde que el último habitante
decidió partir a las grutas.
Las viejas despensas de alimentos
están llenas de cristales,
los aparejos de pesca son masas amorfas
de red podrida y clavos
apoyados en las paredes,
curvados por el trabajo,
habiendo ganado el reposo eterno
se derruyen.
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