jueves, 10 de noviembre de 2011

ENTRADA CIEN (Borrador)

...tecleó el escritor, indeciso.
Pensó.
¿Qué vendría a continuación?

Por las paredes subían ecos del desfile hasta su ventana.
¿Por qué esforzarse en teclear combinaciones arbitrarias de signos para obligar a alguien a esforzase en teclear combinaciones arbitrarias de signos exponiéndole su aprecio?

Le embargó un rápido odio hacia la opresión del teclear.
Se levantó de su silla y cogió su máscara. Al salir pensó que quizá no volvería en mucho tiempo...

El exterior se mostraba demasiado seductor. Apenas cabía un alfiler en las calles abarrotadas, los oídos le dolían por la mezcla entre la música, risas y gritos, y tenía los ojos abarrotados por la inmensa cantidad de colores que le rodeaban.

Para qué más teclas, para que más símbolos a través de una pantalla fría. No quería volver a sentir el plástico bajo sus dedos, prefería la brisa y el cielo.

No se enoje si oye que sigue siendo el despojo de un hombre desheredado en el patrimonio de una abuela muerta en el peor momento.
Quizás por ello continuaba la pesadumbre en el paseo manchado por la huida de su Olivetti.

¡Cuánto llegó a amarla! Admiraba la pasión heroica de la selva metropolitana. Le excitaba el movimiento de un hormiguero que perdió el rumbo. Podría tirar de la vieja cámara de carrete, fotografiar alguna que otra pierna depilada y organizar una exposición multitudinaria. Nadie le negó su capacidad emprendedora.

Comenzaba la tarde en el crepúsculo. No obstante el horario nocturno puede ser comprensible con un alcohólico que madruga. Decidió no volver a la cama y aventurarse tímidamente por el puerto.
Todo lo que es bueno en la vida debe firmarse con un final apoteósico.

En el muelle, sobre los listones de pino se paró y se descalzó. La luna iba y venía allí al fondo a la derecha y podía divisarse la constelación de Orión, del copón, algo elevada. Una vez sintiendo el tacto de la madera en sus plantas se dispuso a caminar hacia el mar, sin miedo, léntamente y su respiración cada vez era más pausada y sonora. Pensó:

"Cada vez que algo
podría pasar y no pasa,
se crea un universo
paralelo en nuestra imaginación.

Es mi miedo."

Un golpe de brisa fría hizo que le saltase la duda de sustituir el "se crea" por "creemos en" o un vago "creamos". Pero el eufemismo venció a la sinceridad.

 Sin embargo aquel frío dejaba tras de sí un resquemor, un leve susurro, imperceptible, inútil.
Y vivo.

¿Qué ves cuándo cierras los ojos?

Una punzada de tristeza le acometió de repente. La había oído mecerse en su interior desde hacía tiempo, y él había convencido a su cuerpo de que aquella debía ser contenida, guardada con cariño, con la misma gentileza y cuidado que si se hubiera tratado de un brote de cáncer o de VIH.  Ahora le oprimía, le oprimía, como si todas sus células se hubiesen puesto de acuerdo para golpearle con la exactitud de un metrónomo. Tuvo que desplomarse, se dijo, los pies ya no le sujetaban al suelo. 
Se sentía más débil que nunca.  

“Cada vez que decimos una mentira, la piel se tersa, se hace más dura,
se apaga, no quiere llamar la atención” 

¿No era entonces aquella mentira en sí un abismo? 
¿No era acaso mentir una forma más bella de alcanzar otros mundos, 
otras formas que ahora le estaban vetadas?

Su mentira, su miedo, era intangible, incorpóreo, cómo las palabras. Cómo aquellas palabras que había usado tantas veces para crear, para creer en los matices que le separaban de ambos lados de la cuerda floja. Deseó escucharlas de nuevo. 

Al fin y al cabo aquello que no existe, no puede hacernos daño. 
¿No?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
El Yugo Eléctrico de Alicia se encuentra bajo una LicenciaCreative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 España.