Decidiste abortar
tras blanquear el país de mi nariz. Por entonces se te antojó supervivir por
los arrabales del eterno yugo. Conseguiste autoconvencerte de la irónica idoneidad
de la crónica soledad tóxica que la anacrónica posmodernidad te supo vender.
Sacudiste tu sempiterno pelo negro en el bajo
vientre de un cielo pixelado por atronador y enlatado. Mordiste la manzana de Jobs rodando por 'La escalera de Jacob' totalmente colocada.
Fingiste desobedecer con destreza el canon de
la belleza asentada entre los múltiples replicantes que pululaban apremiante
por la Red. Sobreviviste macerando tu destino en el buen vino porque esto no
era Nueva York ni yo el coronel Kurtz remontando el río hasta el centro de
Camboya.