La Orquesta Kashmir se sabe toda nuestras canciones. Y, entre neones, el último trovador
que se nos arrodilló agoniza con los tendones destrozados de boxear farolas.
Entre el ojo y la llave se dilatan nuestras pupilas hambrientas por
dilapidar cavidades sonrojadas de prosperidad y saciada voracidad.
Rehicimos este artificio imposible con inusitada destreza de
espontaneidad. Algo así como Jimmy Van Heusen o Cale Porter componían sin oler el lamparón de güisqui del sueño eterno que
Sinatra inmortalizaba en Madison Square Garden sin despeinarse por cada
plegaria atendida.
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