Desperté,
trémulo, sorprendido,
en
ese golfo de sombras
que
es tu sexo dormido.
Balbuceé,
entonado, envilecido
y,
bribón, brindé envanecido
con
sus pestañas de alfombra
para que el amor
y
sus ruinas no desvíe
lo
que el fulgor del salitre
nos
obsequió
en
este desfile
de
mezcalina y líquidos,
de
gemidos atendidos,
de
carne y sangre...