Se escucha repetir en las universidades, en los
parques, en las cafeterías, en la cola del súper… Lo susurran los ancianos, lo
gruñe el televisor, lo cacarean los niños, lo maqueta el periódico, lo disertan
las comadres. Un fantasma recorre Europa. Es inmaterial, es ingrávido, es inmortal:
es una idea. Y dice así:
“Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”
Lo estamos pasando mal, pero todo tiene su
explicación. La cosa no tiene remedio, porque nos lo tenemos merecido. Estamos con el agua hasta el cuello, pero nos
consuela contemplar una gota de resignación.
¡Qué pillines que hemos sido!
En España se ha derrochado. En España se ha despilfarrado.
En España se ha desperdiciado: nuestras posibilidades vivían en un segundo piso, y nosotros alquilamos un quinto. Y que eso fuera así, nadie lo está negando, pero ¿adivina
el lector qué país tenía, antes de la crisis, el presupuesto más bajo en
materia social por habitante de la Unión Europea? Venga, una pista: acaba en
“-aña” y no es Gran Bretaña. [1]
A ver, ¿quién fue aquí el pillo que vivió por encima
de sus posibilidades? ¡Que levante la mano! ¿Serán los halcones de cierto aeropuerto, por no mencionar algunos rostros un poco más conocidos (aunque de
rasgos tanto o más aguileños)?
La cosa no podía seguir así. No podíamos seguir
“viviendo por encima de nuestras posibilidades”, y la culpa de todo la tenía
ese dinero público que habíamos “derrochado” en “asuntos sociales”, tanto es
así que al inicio de la crisis nuestra deuda pública era inferior a la media
europea y el Estado se encontraba en superávit, situación que empleaba en que
nuestros gastos sociales fueran los menos elevados por habitante de la Unión
Europea.
¿Cuál es la
solución?
Un plan de recortes inspirado en el neoliberalismo
de la era Reagan, esa época gloriosa cuya estrategia económica consistía en la
promesa de bajar el gasto público y bajar los impuestos. En la práctica, logró subir el gasto público, desviándolo
de lo social a lo militar y manteniendo un programa de ayuda automática hacia
los gobiernos locales y estatales cuya eliminación fue fatal para la recién
recuperada economía, y…. sí, subir los
impuestos, más que ningún otro presidente norteamericano en tiempos de paz. ¿A
quién? A los pobres. [2]
Si esa es la solución, si a él le fue tan bien
“bajando” el gasto público y “bajando” los impuestos, ¿por qué a nosotros no
nos iba a “funcionar” lo “mismo”?
Ese fue el complejo razonamiento que nos invitó a
elaborar nuestros planes de recortes. Pero, como no nos dimos cuenta de la
farsa, esta vez de verdad. Y así nos va.
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