Cualquiera que
poronga mi corazón atiende las plegarias del apagón de locura y ambición que me
acompaña, mortalmente, desde que vine al mundo. Desde que me abrí paso por las
dehesas de hormigón aprendí que hay demasiados borregos enfilados como hormigas
diligentemente torpes.
Ya en mi más tierna infancia diversas
controversias internas para con los feroces agentes externos del averno me
inculcaron cierta misantropía hacia el pueblo y sus modas. Por ahí,
sentimentalmente hablando, subyace una evidente fobia paternofilial para con el
compromiso grupal que emana el caprichoso destino de los hombre-masa.
Para esos desmanes filiformes que pululan
por la rúa únicamente mi púa dorada los puede barrer del mapa consciente. Por
ello, los medallones afros de Prince son el ágape infante para con el sueño
latente. Con ellos mis cabellos se encrespan y la profecía se autocumple.