Olvida todo lo que te
enseñaron en la escuela y empieza a pensar con las tripas. En definitiva, todo
lo que merece la pena verdaderamente está presente en tus instintos desde el
día de tu nacimiento.
Esquiva cicatrices y obvia heridas por hacer
porque estás libre de culpa y todo arrepentimiento es señal de pureza moral
cuando la procesión va por dentro. En consecuencia, date la absolución para con
tus faltas y, con insolencia, sortea los pecados recurrentes sirviéndote de
garra y entereza.
Criba los recodos del camino y otórgate los
rescoldos del desafío cósmico que en la Tierra han sido. Entonces, y sólo
entonces, serás bello en razones para
predicar con tu ejemplo, revelar la palabra que te fue dada, otorgar el perdón
divino y hacer de ese modo cósmico realidad tangible tu destino.