El destino
- divino o no, mezquino o no-
es el vino de
cualquier camino
secular hacia la luz fractal.
Lobo fiero o lobo
bueno
-pero,
al fin y al cabo,
lobo-
lleva en sí
la carga
-más o menos infantil-
que cualquier rimbaud
hereda
-en
la vereda
indirectamente proporcional-
entre sorbo y sobo
-filio-
del exilio.