Quien intenta cerrar
los ojos a la muerte es un estúpido. Cada milésima de segundo nos morimos un
poco. No debemos enmascarar ni, mucho menos, maquillar la pérdida.
Preparar al forajido
para un velamen digno es una celebración de eternidad infinita para el
esoterismo sanativo. Porque en el laberinto eleusino cada alma hace suyo el
umbral de salutación divina.
Al final, la singladura
es la mortaja perfumada para con la muñeca de sal perfumada de océano.