Siempre hay un techo
-aunque sea provisional- donde guarecerse del aguacero. Más aún cuando nuestros
vasos comunicantes nos llevan a frecuentar ciertos arrabales a esas horas
intempestivas en que el alma necesita cualquier pirotecnia analgésica.
Bizquean las farolas
de los sueños míos mientras en su patio caen las pinzas de la ropa de algún dios.
Todas las figuras imprecisas que se vuelven hacia mí son las sombras implacables
de un hechizo que se asentaron hasta destrozarme.
No hay como que la
noche te haga trampas cuando intentas estar tan tranquilo. Desde un país sin
límites apagaste las luces y encendiste la noche galopando insomnio desde
Callao hasta derrapar en Corrientes pernoctando rabia y sudor de transa por los
huecos prietos de la famélica luna.
El delirio de la noche en su sombra violácea
piruetea inconsciente del alarde que desprende la íntima brillantez tenebrista
sobre el alféizar de Verónica. Cualquier coartada de entrevero y taura aquieta a la coqueta pebeta mientras
crepita la ceniza de la pérdida y archiva en el lacrimal la constelación de su
pupila láctea. Desconsoladamente triste (como glotón gorrión habanero
hambriento de los nervios sin alpiste que piar) sabe que la diáfana luz
sempiterna -tibia y ajena- se mustia arrastrando la senda indigna de la
inefable virtud.
Los hombres
redimidos que se han salvado de la horca predican la fe y la salvación
eterna y aún tienen la desfachatez de hablar de libertad de expresión. Las dos caras de la
luna dejan actuar el perfil de una duda sobre el brillante mic resistiendo los
encantos diseminados del carmín. Así juega el azar su papel penetrando en la
humedad, sola lamiendo su sal, desnuda un mar abierto cuerpo sobre cuerpo bajo
una misma piel ceremoniosa que se transplanta hacia alguna ciudad.
Como una llamarada de
eternidad sobre la tierra sonámbula tu cuerpo interminablemente cediendo vuelve
a rebrillar en su vuelo súbito por un puente silábico. En el imán del agua, el
océano gotea esa embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza por
hundir en lo eterno la identidad humana sin convincente destino de regazo
estable. Por su táctil vigencia refulgía el carnal fuego armonioso núbil que derrama
en sus pétalos tanta gloria de savias atrayendo el aroma vaginal del fragante
dominio de la carnalidad. Quizá el placer que juntos inventamos hace un año sea
otro signo de libertad cotidiana pero hoy se me antoja un tótem ajeno porque
vivir es jugar y el croupier siempre quiere seguir apostando.
Siento que aún en
días como éste el perfil de Beatriz sigue persiguiéndome tras los laberintos del
sueño y que no haya una mezcla química lo suficientemente efectiva para
olvidarte y transportarme al reino del olvido donde el fantasma de la
electricidad no aúlle sobre los huesos esqueléticos de nuestro viejo amor.