La noche se expande como un gato que busca definirse. Sufro una especie de amnesia generalizada y me duelen aquella partes preciadas con las que antes solías jugar. No hay ningún desarreglo que el clonazepam no pueda corregir en un breve lapsus de mística química.
El poeta provoca con acero desnudo el lento consumo de la ceniza en
decadencia donde domina el naufragio supremo y único del mástil. Hay
suficiente oxígeno para que el humo del cigarro vaya reemplazando los ojos de
los que no van a llegar mientras nuestras bocas aún ansían las venas cargadas
de brisas y cien pájaros volando.
Desordenadamente nuestros ojos están llenos de selva y son un
manifiesto. El sudor cubre de tiempo los objetos de la habitación
descomponiéndose, nombrando cada cosa, niebla a niebla golpeando de adjetivos
los signos interrogativos de la pared. Tan distantes como el inicio de la
relación se disgregan por las rendijas de nuestras pupilas desgarradas de
cerraduras y raíces, pernoctando entre el oxidado y tenaz material del deseo.