Tras la alegría del
conocimiento se hizo carne la iluminación de la materia hecha en ti.
No hay suficiente
colágeno ni miel en otros labios como para poder despistar esta singular tendencia
de mis colmillos para satisfacer su propia apetencia vampírica a mordisquear tu
febril cuello antediluviano.
Duele reconocerse
mortal. ¿Qué pasa? La indefensa necesidad de tener que salir a encontrarte
entre todas las mujeres que en horas bajas me hacen compañía.
Echo de menos el modo
tierno en que te dejabas aplicar mis cuidados paternales hasta cerrar los ojos
y entregarte a un profundo sueño mientras yo olía tu cabello y ordenaba tus
facciones. La manera espléndida que tenías de licuarte entre mis brazos
conociendo el segundo exacto en el que desnudarte del todo sin desprenderte de
tus braguitas de encaje.
Ya sabes, una noche
no es toda la vida y un sueño no es sólo un sueño.