Estas pasiones de la servidumbre se confunden como un bastón para el corazón. Para la soledad, delirio y osamenta. Ocurre, ciertamente, en la luz dañada del eco nocturno.
Desordenadamente nuestros ojos están llenos de selva y son un manifiesto. El sudor cubre de tiempo los objetos de la habitación descomponiéndose, nombrando cada cosa, niebla a niebla golpeando de adjetivos los signos interrogativos de la pared.
Tan distantes como el inicio de la relación se disgregan por las rendijas de los ojos desgarrados de cerraduras y raíces, pernoctando entre el oxidado y tenaz material del deseo.
Dime, ¿por qué no te animas levantarte y hacer la maleta y largarte?