Bubo está mayor, es una realidad. Ya lo aceptó a los cuarenta. Bubo, sin embargo se cree capaz de comerse el mundo cómo tantas veces lo ha hecho. Bubo es autónomo.
Bubo no quiere jubilarse. Está demasiado solo como para entrever la posibilidad de emprender un viaje derrotista con el imserso. Bubo es un tipo de acción. Así como lo es un corresponsal de guerra en la terminal de barajas. Bubo nunca ha viajado.
Todas las tardes, mientras devora una cantidad dramática de cafés y pastas, ojea los anuncios en la prensa local. La tarde transcurre entre esquelas y oportunidades de empleo. Se le ocurre que un buen país debería tener en sus periódicos bastantes más ofertas de trabajo que respetos a difuntos. Pero no es así. Además él es un auténtico monstruo.
Bubo ha pensado en emigrar. En Berlín aún existe el pánico. Aún hay escenarios de podredumbre dignos del romanticismo. Allí no se ha tocado fondo. Los teutones nadan a contracorriente mientras piensan cómo las pirañas les pueden arrancar sus extremidades andinas en el acto. Es probable que no sean más que unos afrancesados acongojados pero ofrecen trabajo fijo a todo aquel que pueda darles un buen susto.
Bubo también ha pensado en ahogarse en un gran lago con las lluvias del invierno.
En España el pánico no tiene sentido. Los niños reciben demasiadas hostias que no podrán recapitular. Aquí ya hay demasiados monstruos.
Bubo tiene dos opciones. O meterse a artista o meterse un tiro.
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