En el desconcierto de examines aguas, hay una profundidad que ningún hombre vivo conoce. Un abismo vertebrado por afilados jirones, custodiados por extraños seres aberrantes de cualquier turbación.
Las tinieblas cubren el manto azul. El aire enrarecido por azufre se vuelve insoportable a los inusuales aventurados, que traspasan la línea natural formada por un conjunto de atolones grises. Las viejas historias de pescadores y oportunistas que naufragan, cuentan cómo con aferro a sus vidas agotadas, suspiran los cantos de una costa que los vio nacer. Mientras una mancha gigantesca, emana de la oscuridad. Una infamia orgánica con la silueta de un aguamar, con el movimiento lento de una composición funeraria y un aparente intelecto execrable. Ahoga uno a uno los miserables gritos de los infelices bajo el gélido océano. Afianzando a una colección de cadáveres innumerables, la expresividad de un terror transhumano. Condenando a las aguas a silencio inmortal. Para la descabellada eternidad de las elucubraciones.
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