Alicia estaba sola, en la oscuridad, suspirando por el
contacto, suspirando por aquello que nunca tuvo, llorando sin lágrimas pues ni
si quiera sabía qué magia las provocaba.
Y, un día, Alicia vio un pequeño punto, un puntito de luz
encima de su cabeza. Alzando la mano, miedosa, rascó ese punto de luz con su
dedo, y se hizo más grande. Siguió rascando hasta que le pareció oír voces.
Asomó un ojo por la extraña mirilla y allí vio, reunidos, a un extraño grupo.
Hablaban con energía, un proyecto, y le parecía oír su propio nombre.
“¿Un yugo? ¿Mi yugo?”
Siguió rascando y rascando, y ya no sabía si era para seguir
viéndolos o por el extraño sentimiento que sentía cada vez que rascaba más y
más… hasta que un día el punto se hizo tan grande, que Alicia cayó en él.
Cayó y cayó, y ni si quiera intentó contar el tiempo que se
estuvo precipitando al vacío porque, tanto gusto le producía su interminable
caída, que prefería no pensar en cuanto duraría, por miedo a que se acabase.
Pero terminó, y cuando abrió los ojos se encontró entre unas
manos. Unas manos que la tocaban, le atusaban el pelo, le daban forma, la
vestían y la mimaban.
Esas manos no duraron mucho, pero a Alicia no le importó,
porque enseguida llegaron otras, aunque estas otras eran diferentes. Estas
manos no la trataban con la dulzura de las anteriores, la buscaban con
urgencia, le quitaban la ropa, la despeinaban y hacían que se acalorase.
Otras sólo la rozaban, haciéndole desear que terminase por
fin su tacto, e, increíblemente, que fuese un tacto tan hostil como el
anterior. Estas manos hacían que se desesperase, le hacían creer cosas, pero
después nunca se las daba. La rozaban, le susurraban, pero la dejaban con ganas
de más… aunque, en el fondo, también le gustaba aquel juego.
Y volvían las manos hostiles, Alicia disfrutaba.
Volvían las manos sutiles, Alicia sonreía.
Volvían las manos susurrantes, Alicia cerraba los ojos.
Volvían las manos urgentes, y Alicia por fin hacía uso de sus cuerdas vocales.
Volvían, se iban,
volvían, se iban, volvían, se iban…
Se peleaban por ella, se la disputaban, todo en un bucle que
hacía a Alicia sentirse viva, deseada, manoseada, acalorada… sentía la
electricidad fluyendo por su cuerpo, una electricidad que sólo ese torrente
infinito de manos podía proporcionarle.
Y deseaba que no terminase… nunca.
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ResponderEliminarLo único bueno que queda en este puto Yugo
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