domingo, 14 de octubre de 2012

El Orgasmo Eléctrico de Alicia

Alicia se siente sola, Alicia nunca tuvo amantes, Alicia no sabe lo que es que se te erice la piel al sentir un roce.

Alicia estaba sola, en la oscuridad, suspirando por el contacto, suspirando por aquello que nunca tuvo, llorando sin lágrimas pues ni si quiera sabía qué magia las provocaba.

Y, un día, Alicia vio un pequeño punto, un puntito de luz encima de su cabeza. Alzando la mano, miedosa, rascó ese punto de luz con su dedo, y se hizo más grande. Siguió rascando hasta que le pareció oír voces. Asomó un ojo por la extraña mirilla y allí vio, reunidos, a un extraño grupo. Hablaban con energía, un proyecto, y le parecía oír su propio nombre.

“¿Un yugo? ¿Mi yugo?”

Siguió rascando y rascando, y ya no sabía si era para seguir viéndolos o por el extraño sentimiento que sentía cada vez que rascaba más y más… hasta que un día el punto se hizo tan grande, que Alicia cayó en él.

Cayó y cayó, y ni si quiera intentó contar el tiempo que se estuvo precipitando al vacío porque, tanto gusto le producía su interminable caída, que prefería no pensar en cuanto duraría, por miedo a que se acabase.

Pero terminó, y cuando abrió los ojos se encontró entre unas manos. Unas manos que la tocaban, le atusaban el pelo, le daban forma, la vestían y la mimaban.
Esas manos no duraron mucho, pero a Alicia no le importó, porque enseguida llegaron otras, aunque estas otras eran diferentes. Estas manos no la trataban con la dulzura de las anteriores, la buscaban con urgencia, le quitaban la ropa, la despeinaban y hacían que se acalorase.
Otras sólo la rozaban, haciéndole desear que terminase por fin su tacto, e, increíblemente, que fuese un tacto tan hostil como el anterior. Estas manos hacían que se desesperase, le hacían creer cosas, pero después nunca se las daba. La rozaban, le susurraban, pero la dejaban con ganas de más… aunque, en el fondo, también le gustaba aquel juego.

Y volvían las manos hostiles, Alicia disfrutaba.
Volvían las manos sutiles, Alicia sonreía.
Volvían las manos susurrantes, Alicia cerraba los ojos.
Volvían las manos urgentes, y Alicia por fin hacía uso de sus cuerdas vocales.

Volvían, se iban, volvían, se iban, volvían, se iban…


Se peleaban por ella, se la disputaban, todo en un bucle que hacía a Alicia sentirse viva, deseada, manoseada, acalorada… sentía la electricidad fluyendo por su cuerpo, una electricidad que sólo ese torrente infinito de manos podía proporcionarle.

Y deseaba que no terminase… nunca.

Deseaba su yugo de placer infinito.



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